sábado, 19 de noviembre de 2011

Sueños

Es el mejor de toda la cancha. No hay quien lo pare. Cada vez que levanta la cabeza y apunta al arco, aquel que se atreve a interponerse entre él y su objetivo, es muy probable que caiga rendido a sus pies, víctima de la cruel magia que despiertan sus movimientos. Mágica zurda implacable, tu cualidad te distingue de cualquier otro mortal que ose intentar arrebatarte tu más preciada posesión: ese pequeño trozo de plástico poligonal, que algunos llaman "la redonda". Porque no es redonda, no. Tu gamba lo sabe; por eso es que, antes de patearla, no calcula su trayectoria en base a una circunferencia, sino que usa aproximaciones a ella, que incluso son de mayor precisión que el cálculo original.
Cada tiro despierta miradas deslumbradas, antes quietas por la opacidad del mal llamado espectáculo. Porque espectáculo, ese que es digno de verse, es aquel que se genera una vez que te la pasan. Tus compañeros no saben si esperar la devolución o directamente ir al círculo central, a esperar que tu habilidad dé sus frutos. Tal es así, que ante cada error que pudieras llegar a tener se despiertan los demonios de aquellos que creen que exigir al máximo a un individuo es la única forma de lograr su éxito. Más aún, el de todo el equipo. Si vos no funcionás, no lo hace nadie más.
Mas llega ese momento, después de varias oportunidades desperdiciadas, en el que concretás aquello que muchos fueron a ver. Tu alegría es inmensa, tu júbilo se transmite a cada uno de los que te rodea. Levantás el brazo en alto, como mostrando quién es el que manda.
Silbatazo final. Mejor dicho, el dueño de las canchas te viene a decir que se terminó la hora. Volvés a tu casa, te sentás un rato a descansar, y ya podés imaginarte en la próxima realidad que desees.