miércoles, 15 de febrero de 2012

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Temí olvidar muchas cosas. Gestos, expresiones, pero, por sobre todo, la apariencia. Depender de fotos es algo que no me gusta (razón por la cual probablemente también rechace sacármelas): estar teniendo que forzarse a uno mismo para poder retener momentos es molesto. Más cuando el tiempo empieza a jugar con cada vez más fuerza, y uno cada vez con menos.
Por suerte, puedo retener bastantes cosas de aquellas que "temo perder u olvidar". Estoy seguro de que nunca lo voy a hacer, no me lo permitiría. Recuerdo tanto aquello que me emociona como aquello que me entristece. Lo curioso es que ambos tipos de recuerdos conviven por igual, sin necesariamente que predomine uno sobre el otro.
Recuerdo tu cara, en sus mejores y peores momentos: los mejores, en aquella foto que llevo a todos lados, y cada vez que abro la billetera me llama un momento a pensar y recordar; los peores, el cuello todo hinchado en un costado, y la voz finita, esa que cuesta entender. Instantáneamente me acuerdo de los últimos días, en que los respiradores y demás tubos que en mi vida quiero comprender impedían que entendiéramos lo que querías decir, cuando después de muchos intentos lo único que pedías era hacer un clorito, pero necesitabas ayuda para eso. Por supuesto, ayudé, con una dedicación y un dolor que pocos pueden comprender.
Pero más de una vez me acordé de tu mano. Más concretamente, de tu mano pasando sobre mi cabeza, en esa época en la que te agarró el ataque de paternidad, y me acariciabas como si fuera un nene de seis años, a pesar de que ya contaba con varias primaveras más encima.
Y todo esto no alcanza. Nunca lo va a hacer. Esos arrebatos irreversibles de la vida son terribles. Duele contarlo por primera, segunda y enésima vez. Lo único que me sorprende es que, a pesar del dolor que me genera contarlo, cada vez lo cuento más distanciado, como si el tiempo entre el hecho y el hoy, cada vez mayor, fuese atenuando el quiebre que se generó en mí. Y es falso que el tiempo cura las heridas, y que solo quedan cicatrices: cada tanto me acuerdo, y me pongo de la misma manera que hace ya exactamente dos años. Nada de pensar que todo ya pasó, que hay que seguir adelante: esas cosas no se piensan; se hacen, y punto. No se debate si hay que seguir o quedarse, porque la propia inercia del ser humano lo hace (te hace, me hace), provoca el "movimiento". Seguir adelante...
Qué vacío suena uno (o se siente) cuando habla de seguir adelante. Seguir podría ser terminar la carrera, trabajar de eso, etc., pero siempre hay que dedicarse momentos para recordar, para "quedarse". Ese vaivén que se genera es quizás el motor principal: seguir para no quedarse, seguir por aquellos (aquel) que se quedaron (quedó). Y uno trata de darse ánimos diciendo que hay que hacerlo por él, pero es falso también. Las cosas se hacen por uno mismo; la inspiración podría venir de afuera, pero en definitiva la acción es forzada por uno.
Y me veo a mi mismo, dos años después, y me digo "la puta madre, te extraño" y se me hace el mismo nudo en la garganta de siempre, la cara se me calienta, los ojos se ponen a hacer esas cosas líquidas, la cabeza duele. Todo como reflejo del verdadero dolor, el del alma.
Releo lo anterior para ver que no haya olvidado nada, que todo quede como debería quedar. Al pedo, lo largué como lo creí en su momento, cambiarlo no ayuda en nada, a pesar de que ese momento haya sido hace cinco minutos. Me dije a mí mismo que tenía que escribir algo hoy, me lo dije hace semanas. Lo único que sabía era el título y que tenía que hablar de tu mano sobre mi cabeza. Creo que es el mejor recuerdo que me llevo, pero dudo de si decir "desgraciadamente" o no. Claro que me llevo mil cosas más, pero ese gesto, tan simple, es el que más me llega hoy en día. No sé porqué, ni me interesa, solamente sé que te extraño mucho, pá.

jueves, 9 de febrero de 2012

Al maestro, con amor

Siempre me mostré muy lejos de sentir. Siempre me creí muy cerca, a la vez. Quizás fue (y siga siendo) por algún miedo a ser, simplemente a ser. Ser abierto, principalmente. Y esta lejanía se quebró casi sin quererlo. El culpable de esto fue mi viejo. Y, claro, cómo no iba a serlo. Independientemente de eso, me encuentro hoy sin entender porqué pasa algo, mientras trato de reprimirlo por las mismas razones que dije antes, con la diferencia de que no es que quiera reprimirlo para nunca sacarlo, sino que lo estoy guardando para cuando lo crea necesario. Y está mal, lo sé: no debería esperar, ahora es el momento.
Hablo, aclaro, de la muerte de Spinetta. No sé cómo ni porqué estoy así. ¡Pero justo en mi cumpleaños tenía que pasar! ¡en febrero, maldito mes! Creo que hoy es la segunda vez en mi vida que realmente siento ese mítico nudo en la garganta. Y me refugio en las noticias. Me sirve, porque veo una frialdad (lógico que exista) que me aísla, me separa del evento, me mantiene al margen de la situación. Me parece que principalmente la excesiva repetición es lo que me revienta. Leer una y otra vez "Chau, Flaco", "Adiós, Flaco", y otras mil maneras de despedir a alguien sin realmente hacerlo, porque en primer lugar tal despedida no existe, y en segundo el decir todo el tiempo "adiós" no concluye nunca en despedirse (cual "cortá vos primero, no vos, no vos..."), me harta los ojos, me cansa el cuerpo, y solamente quiero mandar a todos al carajo por fríos hijos de puta, pero sé que es la única forma que tienen de hacer las cosas.
Pero casi me quiebro solo. Hace algunos meses me surgía ponerme a sacar algún tema de Pescado, Almendra... en fin. Ayer, cuando me enteré y pude estar solo, me puse a tocar algo de él y de Charly, entre otras cosas, y no me pasaba nada. Hoy, apenas empecé a sacar Ana no duerme, no pude más. No paré de sacar las notas y acordes (la melodía siempre me sale más fácilmente), pero mientras lo hacía mi nuca se tensaba y mi cuello me decía que mi nuez de Adán se estaba yendo para adentro, aunque sin atascar mi esófago: eso que se conoce como "nudo en la garganta" (repito). Y, sin entender cómo, mis ojos se iban aguando, mis cachetes se estaban poniendo rojos (supongo, no me vi todavía). Y es increíble, pero no puedo hablar. Tampoco lo intento mucho que digamos, pero por suerte tenemos la escritura. Por supuesto, si ahora mi hermana me dice algo, le voy a contestar, pero igualmente no puedo hablar. No puedo estar diciendo lo que quiero decir, porque en realidad no quiero decir nada. Tampoco estoy seguro de querer escribir nada, pero algo tiene de reconfortante.
Y se  me ocurren mil frases vacías que repentinamente adquieren un sentido estúpido pero en alguna medida real: gracias por tanto (perdón por tan poco no estoy seguro). En definitiva, el artista vive del público y viceversa. Ojo, hablo de esa vida que implica una sensación de plenitud, no simplemente pasar los días y años hasta que el que pasa es uno.
Párrafo pelotudo, ese, ¿no? En fin, solamente espero que todas las partidas que vienen pasando en estos años sean una especie de antesala para una nueva generación de música, porque sinceramente tengo las pelotas llenas de escuchar "¡pero vos sos un abuelo, escuchás música re vieja!". ¿Y qué querés que haga? Si todo lo de ahora es una mierda comparándolo contra todo lo viejo.
Igualmente, no me voy a despedir de Flaco, por dos razones, una cursi y otra fría y boluda como yo:
1) Nunca lo conocí, así que es difícil despedirse de alguien sin antes haberlo saludarlo por primera vez;
2) No me despido de quien me sigue y seguirá acompañando.
En fin, ya creo que estoy hecho con el tema, al menos por hoy. Mi garganta se calmó, mi cara está menos rígida, pero todavía no puedo hablar.