martes, 22 de octubre de 2013

Me dieron ganas de escribirte

Se encontraron a una cuadra del bar. Ninguno llevó el auto, porque ella no tenía ganas, y él no lo podía usar ese día. Además, si querían ir a tomar fuerte, no convenía llevarlo.

Luego del bar, que no consistió en otra cosa que compartir momentos, risas, charlas y todas esas cosas en las que nadie se fija, y que sin embargo resultan fundamentales a la hora de describir y comparar relaciones y sentimientos, decidieron que estaban cansados como para hacer otra cosa que dar por concluida la velada. Ella tenía un sueño atroz, no se podía mantener despierta casi. Él siempre aguantaba un poco más, sobre todo porque en la jornada no había estado a un nivel exigente para sus niveles de actividad excesiva.

Después de meditar, negociar, bromear y alguna que otra caricia, resolvieron que mejor iban a la casa de ella y él seguía viaje después, solo. Tal vez la idea no los convencía a ninguno de los dos, pero ambos sabían que sus estados les impedían tener cualquier tipo de encuentro que requiriera energías. Más que nada, él era el más firme en desistir y llevarla a ella primero, porque lo enternecía verla adormecerse, entrar en ese trance que nos envía más allá de nuestro común poder de autocontrol.

Se subieron un taxi y le indicaron la dirección de la casa de ella. Luego de uno o dos minutos, el momento: ella se abraza a él y comienza a dormitar, y por qué no, a dormir. Es ahí que él descubre su verdadero placer, su éxtasis: prefiere por sobre todas las cosas del mundo que ella duerma sobre su hombro, abrazada a él.

Alguna vez alguien dijo que lo mejor de estar en pareja es dormir juntos. Compartir ese momento, despertarse junto al otro, poder abrazarlo si hubieren pesadillas o cualquier otra excusa, válida o no. Él prefiere verla dormir abrazada a él.

La entrega al sueño es quizás muy peligrosa: especies enteras de animales se turnan para dormir, o duermen con un ojo abierto. No terminan nunca de descansar plenamente, por miedo al peligro inminente. Tan inminente como impredecible. El peligro y la muerte acechando.

Ella se entrega por completo a su hombro. A él. Se despoja de todos los posibles peligros del mundo y se sumerge en su propio submundo, su inconsciente. Entra en ese estado de profunda relajación, tan profundo y eterno como efímero.

Es este el motivo de su fascinación. Ver la completa entrega que se le ofrece, la completa confianza en el momento de mayor debilidad, en el momento en el que ya no podrá hacer nada por oponerse a ningún estímulo o acción, y que en realidad no quiere hacer nada tampoco. Solo quiere sumirse en su propio ser, explorarse sin comprender del todo qué es lo que su mente va creando. Y para sumirse en su propio ser, se refugia en él, otro ser. La entrega completa es su motivo de fascinación.

Por otro lado, la encuentra particularmente hermosa en esos momentos.