lunes, 10 de noviembre de 2014

Frustraciones necesarias

En esa fiesta, a la que llegaste tarde. Por ahí no te acuerdes bien del todo, pero si te empiezo a contar, seguro te acordás. ¿Y sabés por qué puedo empezar a contarte? Porque me acuerdo de todo. Llegaron en grupo, y ahí te vi. Me quedé helado. Una amiga tuya pasó por al lado mío, sin saludarme, y poco me importó. Después, sí, me saludaste, y casi que me quise atribuir alguna victoria con eso. Me saludaste, y me saludaste sonriendo, no cualquiera lo hace. Al menos, no con esa sonrisa que vi en vos. Claro que después no pude hablar mucho con vos, no había un dónde, un de qué, nada. En fin, era yo que no podía hablar, encontrar un momento para sacar algún tema con el que buscar una mirada que diga algo más.

Por suerte tengo una memoria excelente, a pesar de haber pasado por vino y sustancia, como dirían, así que me agendé mentalmente tu nombre y te busqué. Me aceptaste como contacto, amigo, o como quieras llamarlo, pero es al día de hoy que no te hablé. No lo hice porque te encontraba conectada cuando yo lo estaba, y hablar así me parecía muy forzado, con olor a desesperación. Pero es lo que tenía.

Siempre quise vivir de momentos ideales: no hacer nada si no estaba el momento perfecto para hacerlo. Así que en cierta forma decidí dejarte ir. No puedo esperar que pase nada ideal para actuar, porque la idealización ya está en vos, y todo lo que haga va a estar condicionado por esa idealización. Y todo lo que diga va a estar atravesado por eso que me pasó cuando te vi, cuando te vi sonreír, y me dije "mierda, esta mina es preciosa", pero qué lo voy a decir, no estoy loco.

Todo ahora está condicionado por otro encuentro casual, otra de esas fiestas, en las cuales siempre voy a preguntar si venís, y hacerme la cabeza en todo caso.

martes, 4 de noviembre de 2014

El dilema del viajante

Un hombre debe atravesar n ciudades, todas una sola vez, sin repetir ninguna. Pueden existir restricciones de barrera de tiempo, es decir, momentos en los que puede o no llegar a la ciudad (por ejemplo, solo de 4pm a 6pm, si no, no puede entrar). Pueden existir muchísimas restricciones más, pero todo se centra en cómo mandarlo a cada lado al tipo. Al viajante, que no es otra cosa que un comerciante con una valija cargada de muestras para ofrecer y lograr una compra. Nuestro querido problema del viajante.

Hoy quiero centrarme en el viajante en sí mismo, y no en su tarea caminante, viajante; ni siquiera en su valija con sus muestras, ilusiones que vende a cambio de confianza. ¿Qué hace la familia del viajante? ¿Por qué llegó a tener que encomendarse en semejante tarea de irse tanto tiempo de la casa? ¿Tiene una mujer en cada ciudad, como se dice de los marineros?

Y sin embargo, nos centramos en hacerlo ir de acá para allá, que vaya a todos lados, no sea que no vendamos en algún lugar. Tiene que cumplir todas las restricciones.

¿Alguien le preguntó algo sobre su vida en todos sus viajes? ¿Conoce gente? ¿Sociabiliza?

Todo viajante debe atravesar por un dilema existencial tremendo. Horas, días, semanas, meses, y por qué no años, de viaje continuo, con la única compañía de sí mismo. Una eternidad para alcanzar el summum bonum de la autorrealización. ¿Habrá existido algún viajante que se haya detenido a pensar? ¿Existirá entre los viajantes más conocidos y los más ignorados, alguno que haya podido responder las preguntas más fundamentales de la filosofía? Seguramente no, pero cuánto tiempo para pensar, eh. Si había alguno que era medio maquinador, seguro podía llegar a pensar que su mujer lo hacía un buey metiéndole el cuerno en el quetejedi a un reno.

Cuánto tiempo se invierte en mejorar el recorrido del viajante, optimizando los costos, entre otras cosas, y cuán poca atención se le presta a ese humilde hombre que quiere darle de comer a su familia.

viernes, 17 de octubre de 2014

Las luces al final de los túneles

El ser humano es reacio a cambiar por definición: todo cambio es visto como algo malo y se prefiere estar en la situación actual. "Mejor malo conocido, que bueno por conocer", dice la frase, quizás la mejor representación de la resistencia al cambio.

Por mi parte, se me da una dualidad frente a los cambios bastante dinámica: en primer lugar, no me gusta o, mejor dicho, me da cierto temor, incertidumbre; después, una vez que ya ocurrió el cambio, me adapto enseguida. Pero enseguida enseguida. No tardo nada.

Cuando estaba en quinto año, el paso a la facultad me parecía rarísimo. No podía concebirme en un ambiente supuestamente superior (a la vez que fantaseaba obviamente con las orgías de College Rules), profesionalizándome, especializándome en algo (la Ingeniería Industrial es poco especializada en muchas cosas, por suerte, aunque tiene su especialidad). La realidad me encontró adaptándome a la UBA como si hubiese nacido ahí, moviéndome como pez en el agua en edificios desconocidos, con nomenclaturas para aulas que jamás había visto antes.

Cuando empecé a trabajar, me pasó lo mismo. ¿Yo, un nene, enseñando a otros? Las clases particulares eran un lindo currito, no lo veía como un trabajo serio, solo porque no quería vivir de eso. De nuevo me adapté sin problemas.

A cada cambio, pareciera que es un caer y levantarse psicológico, cuando en realidad simplemente seguimos caminando. Cada nuevo túnel parece lleno de oscuridad, aumentada por la oposición a la luz del túnel del que recién salimos.

Estoy a breves pasos de recibirme (como mucho, un año, pero plagado de finales y casi sin cursar). De nuevo me surge el dilema de quién voy a ser, qué voy a hacer, y otra serie de preguntas existenciales que poca importancia tienen. Esta vez no me genera tanto "miedo", sino intriga, aunque tantas preguntas me llevaron a decidir renunciar a mi trabajo para crecer como ingeniero, porque creo que acá tengo que venir ya sabiendo para que me den bola.

Me parece que la idea de fondo es dejar de impresionarse con los cambios de la luz cada vez que entramos o salimos de un túnel. Es mejor cerrar los ojos y, cuando se requiera, abrirlos y ver dónde estamos, porque es cuando mejor nos adaptamos a ver lo que nos rodea.

lunes, 6 de octubre de 2014

La oscura paz

Tengo una particular relación con la muerte. Muchos le tienen miedo, la miran de reojo, dicen "de eso no se habla"; pero nunca se paran adelante una vez que la vieron.

Siempre se mira con una cuasi empatía al que se le murió alguien cercano. Se le dice que se lo siente mucho, que se lo acompaña, que si necesita algo, que las condolencias... yo no hago nada de eso. Recién volvió al trabajo una a la que se le murió el hermano. Simplemente le pregunté si andaba mejor, al menos un poquito. Por lo menos le saqué una sonrisita antes de que lagrimeara un poco.

Cuando sé que voy a saludar a alguien en esa situación, me empiezo a plantear cómo lo haría, qué digo, cómo lo digo, etc. Nunca me sale bien esa anticipación, por suerte.

Por mi parte veo como una hipocresía involuntaria el decir esas frases armadas que bien podrían representar lo que un tercero quieren transmitir, pero que jamás se centra en aquel que tiene el sufrimiento a flor de piel. O sea, no los condeno, pero me parece que se pierde algo.

Cuando se murió mi viejo estaba hiper sensible. Me acuerdo de que en una clase del colegio una piba me vino a decir que a ella no la ayudé nada y que no era justo. Casi me largo a llorar diciéndole que la próxima clase tenía un tiempo mío reservado para ayudarla. Tenía los ojos tan rojos que debí de parecer un boludo, pero bueno, tenía mis razones.

Cuando saludé a esta del trabajo y le pregunté si estaba aunque sea un poquito mejor, volví a ver esa oscura paz y tranquilidad post mórtem ajena. Me acordé de aquella vez en que yo la sentí. No fue con mi abuelo, que fue la primera muerte que me tocó enfrentar, sino con mi viejo, la más dolorosa.

Cuando muere alguien de avanzada edad, que ya vivió mucho, uno se siente mal, pero lo entiende (o al menos debería, tengo un profesor de 65 años que se le murió la madre de como 90 y creo que no está bien de la cabeza); duele, obviamente, pero a pesar de no entender al ciclo de la vida, uno entiende que forma parte del mismo. Distinto ocurre con las muertes prematuras.

Mi viejo estuvo enfermo durante seis años, en los cuales se creyó haber curado un tiempo y al rato volvía a caer; al final, se dejó ganar, o le ganaron, no sé, no quisiera estar ahí para saber cómo es. Yo me enteré de todo la segunda vez que le agarró cáncer, en el 2007, tres años después del primero. Yo estaba terminando quinto año; mi hermana tenía apenas catorce. Esa vez me agarró una desesperación tremenda, pensar que mi viejo se podía morir, pero cómo, si él era inmortal, intocable, perfecto. Tenía toda la seguridad de que no iba a pasar nada: si se salvó una vez, que encima era mil veces más jodida, cómo no se iba a salvar ahora.

Esa vez se salvó. Lo operaron sin problemas, aunque esas tres o cuatro horas que estuvimos esperando fueron horribles. Toda la gente que hablaba me molestaba. No quería estar con nadie, ni haciendo nada: quería silencio, pero a la vez quería que alguien me dijera que ya lo habían operado y que ya estaba.

La tercera vez que se enfermó, metástasis del primer cáncer del 2004, ahora en 2010, fue lo peor que me pasó en la vida. Me acuerdo de irme a dormir el día que me dijeron "otra vez sopa" e imaginarme la tumba de mi viejo, tal cual es la transitoria que hay en Tablada hasta que se hace el monumento: fondo blanco, letras azules. Lo que me puteé antes de ir a dormir no tiene nombre. Me dije de todo, que cómo se me cruza eso, que soy un pelotudo, que dejate de joder, que si le ganó dos veces ahora no pasa nada...

Pasaban los meses y los tratamientos y la decadencia de mi viejo era tremenda. Un tipo que hacía quince años pesaba 90kg, ahora pesaba menos que yo, que andaba por los 75kg. La cara hinchada por la metástasis, la voz finita porque le apretaban las cuerdas vocales, los ánimos totalmente idos de su vida y una sensibilización que no entendía.

Todo esto me hacía pensar que tal vez era mejor que se muriera. Mejor para él, para dejar de sufrir, y mejor para nosotros, porque él terminaba siendo una carga, alguien de quien había que estar pendiente. Por pensar en esto me puteé más que antes, con la diferencia de que esta vez tal vez tenía razón, tal vez era horrendo pensar así, pero también tenía sentido hacerlo.

El día que murió no pasó nada. A los dos días caí como el peor. Y recién entonces empecé a sentir esa oscura paz.

Ese calorcito que te sube despacio, una sonrisa tímida que se dibuja, ojos rojos al borde del colapso, el habla tembloroso pero forzándolo para que salga como tiene que salir, carajo, que ya se me va a pasar. Pero tal vez el mejor exponente de la oscura paz sea la tranquilidad y la mirada lejana, siempre lejana. Como si no quisiéramos estar acá.

Y es oscura, porque emana del peor lado que existe, que lo tenemos porque es inherente a nosotros, que no nos gusta tenerlo pero que es el único consuelo que nos queda. Es el saber que se terminó lo peor; que puede ser que sigan existiendo consecuencias, que seguramente vayan a existir, pero que todo el tránsito emocional alcanzó su máximo el día que lo perdiste, y que ya nada va a ser igual desde entonces. Pero también es salir del túnel, en el que quizás nunca hubo una luz al final, o tal vez la apagaron en algún momento, pero finalmente salís y decís "mierda, el mundo sigue y se caga en esto que me está pasando", porque es así: nada que nos pase difícilmente trascienda en algo al mundo. Entonces empezás a ver a tu alrededor, y elegís aferrarte a la vida, no con desespero, sino con mesura y conciencia, sobre todo con conciencia: de que tal vez es la última que te queda.

Toda esta oscura paz nos pone como en trance; un trance periódico que nos lleva a ir cada vez menos lejos, a divagar mentalmente cada vez menos, a percibir la vida cada vez más, hasta retornar al punto de partida, en el que te das cuenta de que cambiaron las reglas y hasta el juego mismo, y no sos vos el que decide nada, sino que hay fuerzas superiores o aleatorias que determinan las grandes movidas de la vida, pero que te dejan un par de grados de libertad para moverte, para explorar, para hacerte sentir que sos realmente libre y que tus decisiones son tuyas. Es como una religión de la vida, que excede la creencia en Dios y se basa en la autodeterminación y el accionar cada vez más inconscientemente, más intuitivamente.

Y es este estado de locura el que te conduce a través de la oscura paz, cuando en realidad estás siendo guiado por ella y no a través de ella, pero no importa, vos todavía no lo sabés y vas. Vas, y vas tanto que alcanzás estados de locura emocional que no comprendés de dónde surgen y por qué, pero tampoco importa realmente, pues los impulsos que te mueven son mayores y los logros que vas viendo son tales que cerrás los ojos y te dejás llevar.

Y cuando ves que alguien está atravesando ese estado, como yo lo vi con mi compañera de trabajo, entendés que todas las frases vacías que se dicen están cargadas de oscura paz, solo que el común de los mortales no lo comprende bien y las pronuncia por inercia, a través de emociones que pretende transmitir sin saberlo y que al final, cuando llegan los "era lo mejor", "ya vas a ver cómo cambian las cosas ahora", comprendés que esa oscura paz que viviste otros la llaman esperanza.

jueves, 28 de agosto de 2014

La verdadera estadística aplicada

En distintos lugares veo gente diciendo que los valores actuales cambiaron, pero que ellos son "chapados a la antigua". Esto pasa con mucha gente. Y cuando les preguntás por qué están solos, simplemente no encontraron a la persona adecuada, las relaciones exigen trabajo y dedicación y no hay nadie con las pelotas para eso.

Ahora bien, pregunto: ¿es tan así?

Es cierto que determinados sectores publicitarios nos hacen entender que todo es más efímero, con lo cual las relaciones también "deberían" serlo. Pero también es cierto que todas las películas que hay dando vueltas plantean lo contrario. Culpar a los medios de comunicación es un sinsentido.

Culpar a la gente me parece que también lo es. Siempre hubo gente en todo el espectro de opiniones en todo tema. ¿Por qué no habría de haberla para estas cosas también? Claro que aquella que encuentres puede ser que justo no coincida con lo que vos querés, pero ¿es para tanto? Además, depende de los lugares en que busques, vas a encontrar determinadas cosas.

Como la vida me modeló ingeniero, y estando bastante cerca de recibirme (sí, aprovecho toda oportunidad para decirlo), pensemos en probabilidades. Nada es certero jamás, menos aún con el principio de incertidumbre de Heisenberg (?), pero podemos aproximar todo a probabilidades.

¿Cuáles son las probabilidades de que encuentres al amor de tu vida en una situación específica? Si no es cero, pega en el palo. Reduzcamos el universo de personas en el mundo a una sola. Incluso solo con las personas de tu ciudad, salvo que vivas en un pueblo de menos de 10.000 habitantes, en cuyo caso no tendrás internet ni acceso a este blog (1. Nadie entra acá en general; 2. Salió el porteñito a hacerse el vivo), las probabilidades de encontrarlo en cualquier lugar es muy baja. Por lo tanto, no jodamos con el amor de la vida de cada uno. El verdadero amor de la vida de uno se construye, no se encuentra. Uno empieza por armar una imagen pseudo ideal de alguien a partir de sumar los aspectos positivos, y muchas veces obviando los negativos.

Ahora bien: si buscás alguien con determinadas características, fijate de buscarlo en lugares donde puedas encontrarlo. Decir que ya no hay más buenos pibes, cuando salís a buscarlos a Hammer, es básicamente ser una boluda. Lo mismo para los pibes: es demasiado difícil encontrar a esa chica buena y linda si solo vas a Cocodrilo.

Mi postura frente a estas cosas es dejar que todo sea. Si bien en cierto punto la vida termina trascendiéndome, hay que ir viviendo las cosas a su ritmo. Jamás vas a encontrar a nadie que valga la pena si salís a buscar desesperadamente a ese alguien. Es muchísimo más probable que encuentres a alguien cuando no lo buscás. ¿Por qué? Ni idea, pero debe ser una cuestión de probabilidades.

jueves, 19 de junio de 2014

Cuando las dudas te carcomen

Cuando tenía dieciséis años, hice un curso de orientación vocacional. Me salió ingeniería industrial, y acá estoy. No creo que se haya equivocado el test, o en todo caso me dejé convencer con la carrera a medida que le fui (y sigo) avanzando. Durante ese test, entre otras cosas para hacer, tenía que escribir una historia cortita. La que yo quisiera. No recuerdo si tenía temática o no, pero no viene al caso. O tal vez sí.

Esa historia que escribí no me la olvido más.

Trataba de un chico y una chica que iban juntos al colegio y se enamoraban. El enamoramiento surgía cuando la abuela del chico se moría, y la chica medio que se apiadaba de él. La primera frase era "no se conocían, eran dos extraños" o algo así, pero la cuestión del enajenamiento estaba. Después, la relación alcanzaba un pico máximo, y luego se diluía lentamente, hasta volver a resultar dos extraños entre sí. Y ahí terminaba.

Siempre me parecieron entretenidas las historias cíclicas; es como que el retorno al punto de inicio da pie para todo: para retomar un ciclo nuevo, para romper con el ciclo y cambiar. Y nunca supe por qué esta historia me salió así. Tenía 15 ó 20 minutos para hacerla, y salió eso.

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Hace ya casi medio año terminé una relación, que duró poco menos de un año, y trato de ver qué parte de esa historia me alcanza. Partes que me parecen bien, partes que me parecen mal, partes que no entiendo. Pero estoy convencido de que algo tiene que haber ahí.

La relación se terminó por una aproximación a un acuerdo entre partes, pero con suspensión más unilateral que bilateral: yo quería intentar remontarlo una vez más (ya venía cayéndose la cosa), y ella me dijo que no valía la pena, que estábamos estancados y que era inevitable.

En un principio le creí. Tenía todo el sentido plantearlo así. Hasta yo mismo lo había pensado, incluso exageradamente lo pensé la primera vez que hubo un "acá pasa algo" (visionario o paranoico, no sé).

Mirando hacia atrás, las cosas que hice y no hice no las puedo etiquetar de "buenas" o "malas", y la historia que escribí a los dieciséis no para de sonar, como esas canciones que cantás para adentro mientras rendís un examen y decís "pero la puta madre, dejame concentrarme en el final, ¿no ves que no es momento?".

La relación terminó, y nunca más hablé con ella. Cierto es que la primera semana me moría de ganas de llamarla y preguntarle cómo estaba. Al haber terminado en buenos términos, no veía por qué no podía hacerlo, pero había algo que me lo impedía. Pensé en hablar con amigos en común (sobre todo una muy amiga de ella), pero todavía no tuve la oportunidad, lo que significa que el orden de las casualidades no me lo dejó a mi alcance, y yo no hice nada para alterarlas.

Y siempre me pregunté qué pasaría del otro lado. Qué tan parecido o distinto lo vive ella. El "preguntarle cómo estaba" no es nada salvo esto: ver si del otro lado hay reflejos de lo que pasa en el mío.

No sé ya cuántas veces imaginé encuentros 100% casuales, conversaciones de todos los tipos y formas, y nunca supe qué hacer. Lo que tampoco pude definir en realidad es qué pasa de mi lado.

Al principio creí extrañarla horrores. Luego pasé a pensar que tal vez extraño una relación en sí, y no a ella. Después a cuestiones afectivas más allá de si es una relación o no. Y ahí estoy, todavía.

Confieso haber stalkeado en un par de oportunidades, en tiempos bastante breves, por miedo a lo que encontrara. Obviamente, el que busca, encuentra, y creí encontrar algo que no me favorecía: no había reflejo, todo pasaba de mi lado. O eso es lo que interpreté.

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Y junté las dos cosas. Me vi envuelto en un proceso cíclico que duró un ciclo. Cuando escribí esto a los dieciséis, siempre me preguntaba si no debían de ser así las relaciones; si no era esa la forma en que es más correcto terminar algo. Hoy no sé, y tampoco creo que pueda saberlo. Y francamente no me interesa saberlo: son cosas que pasan de determinada manera, y hay que hacer lo que uno crea conveniente en su momento; después, ya es demasiado tarde.

Mientras estábamos terminando la relación, le dije que me había preguntado qué iba a ser de nosotros en cuanto a contacto, y que creía que no podría hablarle nunca más. No me equivoqué. Con el tiempo vi que en un instante perdí toda la confianza que tenía y que supe construir con un esfuerzo descomunal, sobre todo por cómo soy. En síntesis, ya no podía hablarle de nada. Me resultaba una extraña más. Como en la historia.

Hoy me encuentro recordando todo lo que pasó con un nivel de detalle peligroso, pero sabiendo que es un recuerdo que va a convivir conmigo y que con el tiempo irá (como ya viene) disminuyendo.

A esta altura, no sé si quiero encontrarla en algún lugar. Realmente no sé; no es un "no sé" queriendo decir "no": realmente no tengo idea. Quizás solo quiero por el momento que se vaya la sensación esta de los ciclos. Y entender por qué me llama tanto la atención la historia.

martes, 6 de mayo de 2014

El abandono

Después de mucho pensar, decidí que quiero dejar terapia.

Habiendo atravesado un viaje muy duro de más de cuatro años, siento que ya perdió alguna magia que supo tener. Me pasó lo mismo con piano, cuyas clases abandoné a fines del 2013, pero por razones distintas.

Mi razón, creo, es que ya no tengo nada más que decir. Nada que decir, que no pretenda averiguarlo por mi cuenta y a mi ritmo, el cual por cierto cambió mucho últimamente: pasé del análisis profundo y detallado, al accionar desmesurado y casi hasta apresurado. Vale aclarar que esta última metodología no es perjudicial, sino que es exactamente lo que buscaba.

Sí, me quedan temas sin resolver, pero de eso se trata la vida también: resolver lo que nos toque enfrentar. Justamente hace un par de semanas me dijo (el psico) algo que yo no terminaba de decir, pero sí de comprender: me siento mejor preparado para cualquier situación, cuento con mejores herramientas. Y es por esa cuestión que quiero abandonar: quiero ir a la jungla y que venga lo que venga.

Mi problema ahora pasa por cómo lo digo. Debatí muy fuertemente conmigo mismo cuando quise dejar piano. No sabía cómo decirlo, qué reacción esperar. Por suerte me mandé de lleno y salió bien. (No, no tendría por qué haber salido mal, pero los locos somos así). Será cuestión de hacer crecer un poco las bolas y ver qué pasa. Tengo a mi favor que "el cliente siempre tiene la razón".

Cuando resuelva esto les cuento (?).

N. del A.: el signo de pregunta viene a que nadie me lee :'(