domingo, 20 de febrero de 2011

... sean unidos

Desde hace algún tiempo, cada tanto escuché que yo era el hombre de la casa, frase que me resultaba totalmente desagradable, sobre todo porque mi vieja fue, casi siempre, ese hombre, por raro que suene. Sin embargo, no por eso no le presté cierta atención a la frase, tratando de captar algo de ella. Como resultado, decidí que había ciertas actitudes que debía tomar, como por ejemplo una especie de mayor madurez a la que ya tenía, fuese mucha o poca. El problema era que no tenía en qué plasmar ese plus que me estaba autoreclamando, así que decidí aplicarlo a la familia: iba a tener una actitud más paternal, o al menos como lo hacía mi viejo, que incluía muchas reacciones (a veces no tan felices) y una supuesta idea de que el mundo giraba alrededor mío. Por supuesto, era (y sigo siendo) perfectamente consciente de que estaba equivocado, pero tenía que tener cierta actitud por encima de mi familia, como si fuese superior, por lo menos para poder perpetuar la tremenda boludez que me estaba planteando.
Un aspecto de mi familia que siempre fue raro es mi hermana. No ella en sí, sino nuestra relación. Me gusta definirla como de mutua indiferencia; no es que nunca nos importe lo que le pasa al otro, pero, en general, no nos damos mucha bola diariamente. Conozco gente que con sus hermanos tiene una relación casi de amistad, mientras que otros se llevan como enemigos de guerra. Por eso, mi relación de mutua indiferencia me parecía, además de original, absolutamente compatible con ambos modelos: cuando quería, la jodía y era mi enemiga; y cuando quería, me llevaba bien, me cagaba de risa, etc.
Esta relación, si bien se mantuvo, fue variando ciertos aspectos: a medida que crecí, tuve que llevarla a algún lado alguna vez en el auto. Al principio me gustaba, porque podía sacar el auto, por lo menos, aunque cuando pude sacarlo con más frecuencia, ya me resultaba molesto hacerlo. Sin embargo, mantuve una política bilateral en ese aspecto.
Como muchos sabrán, ayer (sábado) se largó con todo. Llovió como la puta madre, porque no hay otra forma mejor de describirlo. Mi hermana había salido y yo también. Cuando volví para mi casa, tuve varios problemas, porque la calle y la vereda estaban inundadas en varios lugares. Para cuando estaba llegando, me preguntaba si mi hermana había vuelto ya: si no lo había hecho, me iba a postular como una opción de rescate, por si lo necesitaba. En realidad, estaba seguro de que iba a terminar yéndola a buscar, porque no había ni un mísero taxi dando vueltas por la ciudad, y los que había, estaban ocupados. Como respuesta, me llegó un "no, gracias, no te preocupes, no hace falta". Sabiendo que no era tan así, esperé un rato, viendo la tele. Cuando a la media hora, más o menos, no hubo reclamos, me dispuse a dormir, contento con mi accionar. Para mi sorpresa, apenas moví las sábanas para meterme de lleno en ellas, me llamó. "Agus, vení a buscarme, plis. No hay un puto taxi". Y bue, si me había propuesto como alternativa, no iba a tirarme atrás. Así es que fui a buscarla y traerla con una amiga suya... que resultaron ser dos. Bueno, no es tan grave, conozco a ambas. A una la llevé a la casa, la otra venía con mi hermana a casa.
Fue así que me di cuenta de que esa madurez que me propuse, no era solamente una madurez: era actuar como un padre responsable. ¡La puta madre, tengo 21 años! No estoy para estas cosas. Pero, bueno, puedo, en vez de eso, ser un buen hermano y nada mas, ¿no?; "bienvenido al fin de la relación de indiferencia", dirán. Pero no. Estos hechos aislados son aquellos que perpetúan y refuerzan la relación, porque a cada acción de bien le corresponde una de mal, en general. No es que ahora la voy a ir a cagar a trompadas solo porque la traje una vez a casa, menos aún cuando yo lo propuse. Igualmente, esto me deja pensando un par de cosas, sobre todo eso de la madurez... qué carajo habré querido decir cuando se me ocurrió.