lunes, 10 de diciembre de 2012

Oportunidad

Hace bastante vengo diciendo y diciéndome que de a poco me estoy abriendo. El paso que di este fin de semana es impresionante. No solo no traté de ocultar nada, sino que dejé que saliera a la luz y en cierta medida lo saqué yo también. Ahora es cuestión de seguir sacándolo para que no quede en una expresión teórica o reducida a cierto rango de gente que a fin de cuentas es un tercero en la cuestión. Creo que por fin puedo decir que tengo todas las pilas puestas y ahora solo es cuestión de que arranque el equipo; porque ya no tengo nada para esconderme. Ninguna excusa ni motivo, reales o ficticios. Y paradójicamente tampoco tengo ningún tipo de inseguridad; es como hace un tiempo cuando también perdí todo temor y me mandé de cabeza, independientemente de los resultados que hubiere obtenido en ese momento.
Ayer me di cuenta de todo y me empecé, por un lado, a cagar de risa; por otro, a sorprenderme; y por último a cebarme con seguir. Los dos primeros pasos ya tienen cierta recurrencia, pero el último es el que necesita más trabajo. Curiosamente es también donde encontré más ayuda sin proponerlo; gente que me dice que le parece bárbaro, que siga para ahí, que me ven bien ahí. Raro es que nunca antes dejé que nadie entrara así hasta esos lugares en tan poco tiempo (si es siquiera que dejé entrar a alguien alguna vez). Ahora me encuentro motorizadísimo, buscando a toda costa formas, oportunidades, y buscando generarlas si no las encontrase.
Claramente, ahora es cuándo.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

El preso y el carcelero

Aquella duda que acorrala sin más que causar molestia, pero esa molestia que recuerda a uno que está vivo, es quizás la duda más temida y esperada a la vez. Es esa duda que es motor y freno al mismo tiempo. Aumenta y reduce las revoluciones internas con una frecuencia poco estimable, pero que se sabe inestable y por eso mismo también se teme y espera. La falta de pronóstico del propio accionar a veces tiende a fomentar tanto la tendencia a pronosticar lo impronosticable como a dejarse llevar.
La libertad de esto último llena de terror y belleza a toda situación. Cualquier evento observado o vivido puede ser usado tanto para la imaginación de situaciones potenciales como para acciones concretas improvisadas, que no por ser tales resultan no satisfactorias; al menos, resultan liberadoras.
Esta sucesión de libertades parciales aparentaría llevar a una libertad total, completamente desinhibida. No siempre ocurre así.
Justamente estamos los que percibimos la libertad total como una anarquía no alcanzable, no por falta de situaciones particulares ni convenios sociales, sino por la mera imposibilidad que nuestro ser nos provoca. Más que imposibilidad, podría denominarse barrera. Una barrera que no solo existe sino que es reconocida por el portador y ejecutor de la misma, pero que resulta tal vez demasiado complicada para poder combatir a simple vista. Quizás, a complicada vista también sea complicada de combatir. Pero nunca imposible.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Perfecta inexistencia


No existen dos almas gemelas, dos seres idénticos (de sexos opuestos o iguales), cuya perfecta similitud sea causa directa (y única) de su inseparable unión. Y eso, justamente, es lo maravilloso y hermoso.
Cada uno se conoce a sí mismo (en mayor o menor medida) a tal punto de poder identificar los peores defectos que posee; de resaltar las mayores virtudes también podría ser posible, pero no es el centro de esta cuestión.
Conocer lo peor de uno implicaría, por tanto, conocer lo peor del otro. Muy probablemente estas actitudes en otra persona resulten menos tolerables que en uno mismo. Por lo tanto, la similitud exacta entre almas no es condición de unión.
No existen dos almas opuestas, dos seres cuya perfecta oposición sea causa directa (y única) de su inseparable unión. Y eso, justamente, es lo maravilloso y hermoso.
Identificando los peores defectos propios, uno encontraría (o pretendería hacerlo) que la situación opuesta es extremadamente agradable. Pues bien, en las propias virtudes, encontraría defectos ajenos, pues siempre es el opuesto.
La irritabilidad que podría producir el surgimiento de estos defectos ajenos podría tornarse en intolerancia. Por lo tanto, la oposición perfecta tampoco es condición de unión.
¿Qué queda, entonces?
Casos intermedios; intermedios e indescriptibles. Y es precisamente esa indescriptibilidad la que hace maravillosa y hermosa la no existencia de hipótesis irrefutables, causas unidireccionales, de las uniones de los hombres.
¿Qué queda, entonces?

sábado, 17 de noviembre de 2012

El jardín de la humanidad

Un jardín repleto de flores y plantas de todas las especies y colores; un jardín vacío de vida. Ni la más mínima de las ráfagas de viento asoma por este lado del Atlántico. Las paredes blancas del jardín inspiran paz; una paz desconcertante. Ya sobrecargadas de enredaderas, clara señal de descuido, pareciera que el verde/marrón se come al mundo.
Caminos de cerámicas perfectas. Una hamaca paraguaya en el centro, firmemente sostenida por dos troncos. Al menos así era antes: las raíces han levantado las cerámicas, dando por resultado un camino tortuoso y errático; los troncos han cedido ante las cuerdas de la hamaca, que pareciera estar a punto de caerse, más aún si se sentara alguien encima. Los bancos perfectamente blancos a los costados del jardín ahora están despintados; la madera, oxidada. Cada jardín de cada casa no dista mucho de este. Este podría ser el jardín de los jardines, si se prefiere.

Quizás esta imagen sería menos trágica si todo estuviese prendido fuego. Por lo menos, habría una excusa para tanto terror.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Causas y Consecuencias

Tu actitud recesiva me hostiga, me irrita, me enferma, me enloquece, me enamora.
Y solamente escapando a los efectos entenderé que no me enamora, sino que me hostiga.

Un poco de humor histórico

Aquel que emplee la pluma y la palabra, difícilmente guste de emplear la espada. Aquel que emplee la espada, difícilmente guste de emplear la pluma y la palabra. Aquel que no emplee ninguna de las tres, muy probablemente conduzca a los otros dos.

sábado, 29 de septiembre de 2012

Revelaciones

Luego de haberme creído ajeno a todo y a todos en mayor o menor medida, es gracioso ver cómo reacciono ahora. En un instante, y sin pensarlo, saqué a la luz aquel sufrimiento que me inquietaba; todavía persiste, no se va a ir tan rápidamente. Lo loco es que ahora empiezo a abrir los ojos. Sí, tardé más de dos décadas de vida (2,2) en abrir verdaderamente los ojos. Porque uno puede reconocer que está en otro lugar, sea este otro lugar deseado o no, privilegiado o perjudicial; la maravilla ocurre cuando uno retorna a ese lugar al que creía no pertenecer. Encuentra que es simplemente uno más en ese ambiente tan observado desde lejos. En una sola semana leí más de un blog en el que encontré similitudes, sentimientos encontrados, lugares comunes. Y lo curioso es que al principio creí que eran todas señales; algo tiene que significar que yo, en dos o tres días luego de haberme decidido a mostrar algo que me pasa, encuentre en muchos lugares supuestas claves de qué hacer con eso, cómo interpretar el momento, etc. Y así como creí que eran señales, la revelación: todo el mundo pasa por estas cosas. Y es justamente por eso que es muy probable encontrar a más de uno que esté pasando por algo muy parecido a la vez que yo. También es probable que lo escriba, y hasta que yo lo lea. Y ahora es cuando no me siento menos que adentro. Cuando más afuera me vi, no era sino por imposibilidad de encontrar la forma de entrar, y la impotencia que eso generaba. Ahora ya estoy adentro, más adentro que nunca.

PD: es muy irónico que la palabra "blog" no sea reconocida por el diccionario que usa Blogger (así como tampoco la palabra Blogger, ahora que la escribo). En casa de herrero...

martes, 25 de septiembre de 2012

Pensar en TODO

Me siento a escribir, sin saber adónde apunto. Solo sé que hay algo que no me cierra. Insistir en hacer algo que a fin de cuentas no convence, con el argumento de “perdido por perdido”, es algo que cada vez se me complica más. Porque, en realidad, casi que me vi venir esto. Haber venido de una inconmensurable inspiración que me motivaba a hacer cada vez más y me empujaba hacia esa meta con una fuerza inexplicable, para llegar a no saber si en realidad ya pasó el momento, y solamente estoy viviendo del recuerdo, es una sensación horrenda. Por un lado quisiera decir que no es importante cuál es la cuestión, porque total me concierne a mí solamente; cuando en realidad me estoy muriendo de ganas de gritarte “¡nena, me cansé! ¡No te persigo más! A esta altura ya agoté casi todos los cartuchos y no veo razón para seguir intentando verte, cuando del otro lado no me llegan más que incógnitas y no sé qué es lo que querés, así que me aparto porque a mí me hizo muy mal y ahora está dejando de tener ese efecto, con lo cual creo que directamente yo estoy planteándome mi propia incógnita, esa que tanto recibí y que tanto ignoré, porque total no perdía nada intentando. Prefiero que me digas no una vez antes que me pasees mil, porque incluso dándome las vueltas que me diste me sobrecalenté la cabeza pensando qué carajo pasa acá, qué carajo querés, que terminó siendo menos jodido para mí que recibir un ‘mirá, ya no me interesás’, o incluso que me dijeras que estabas haciendo tal o cual cosa con tal o cual persona”.
Y esto que digo no lo termino de decir. Lo escribo. Lo escribo y no sé qué voy a hacer con esto. En realidad tengo esta tricotomía entre decírtelo de frente, mostrarte lo que escribo y directamente no hacer nada. Y el no hacer nada siempre gana, porque mientras me debato qué hacer, estoy justamente no haciendo nada. Y el no hacer nada me lleva a maquinarme aún más, a seguir profundizando esta idiotez que no me lleva a ningún lado, solamente me complica con estupideces. Ni siquiera tengo los huevos de, las veces que te llamé y probablemente siga llamándote, decirte “la próxima vez que te llame, si te invito a salir ¿me vas a decir que sí o preferís que ni lo intente más?” o algo parecido. Porque lo que necesito es cortar por lo sano, y es justamente lo que estoy evitando. Probablemente quedarme con la ilusión de que puede ser que algo pase me gana.
Y justamente ahora es que estoy armándome todo en la cabeza. Una vez escrito, y viendo que me tomó cinco minutos putear todo lo que quise, es que estoy pensando seriamente en llamarte y preguntarte ahora. También tengo la opción del chat, pero no la prefiero, no es espontánea la respuesta. No se notan los amagues a hablar, esos micro instantes en que reacomodás las palabras para que no salgan tan feas, que claramente delatan inseguridad en la respuesta, o parecieran confirmar la peor de las noticias. Y es que justo la peor de las noticias puede no ser la peor. Que me digas que no me querés ver más, que preferís que todo quede acá, que ya fue, puede ser, por un lado, la noticia que no quería confirmar y por la cual me demoré tanto en preguntar. Pero por otro lado puede ser un alivio: confirmo las cosas (para uno u otro caso), puedo comprender en qué estado están. Y ya no necesitaría estar especulando con nada, pensar en qué decir cada vez que te quiero hablar. Probablemente en poco tiempo termine haciendo esto, con una inseguridad fulminante, pero con los huevos más grandes que nunca. Creciditos y todo. Y seguramente tarde en darme crédito por eso, si es que lo hago (hola, inseguridad, no es una sensación como dicen por ahí), pero en definitiva lo tendré que hacer.
Es todo un aprendizaje.
¿Qué me ata a quedarme, a elegir no abandonar?
Estaba tan decidido de que ya estaba hecho, que ya no tenía voluntad para insistir en buscarte cuando vos me eludías inexorablemente. Y ahora veo una foto, nada más que una foto, y me vuelven a brotar las ganas de quedarme. Será que tanto efecto tenés en mí, sin siquiera proponértelo. O que tanto efecto me genero solito. Es posible, pero no me entiendo. Y me agarra de nuevo ansiedad, esperando a que muevas un dedo (ni siquiera hace falta más de uno) y me hables. Porque de llamar ni hablemos (lo dejo en “llamar”; la frase es otra, pero menos que menos). Decirle a alguien que te pone nervioso que te llame implica una de dos cosas: o estás insinuando que no querés que te llame más, y preferiblemente ni te contacte; o también te mueve algo y el llamado te pone en vergüenza, de esa que te pone coloradito. A mí, que me digan eso, y más aún por la forma en que me lo dijiste, me dio a entender lo segundo. No sé si malinterpreté eso, o si hay más cosas, pero la sucesión cosa buena – cosa mala no me hace gracia. Más aún, me perjudica. Y encima darme cuenta de esto es lo que más me jode.
Dicen que el loco es loco porque no puede concebir como anormal su locura. Yo estoy absolutamente al revés: soy perfectamente consciente. Dicho sea de paso, digo la paradoja “yo soy flor de loco” para divertirme con esto. Volviendo un poco, darme cuenta de lo mal que me hace este ir y venir sin terminar de venir, y de mi situación en esto, es lo que me hace parar y decir “carajo, esto no me gusta”. Y vuelvo a ver tu foto, como un pelotudo que le gustan los látigos prendidos fuego y llenos de pinches, mientras come un yogur vencido con toda la nata encima. Y lo peor es que me relajo. Me relajo y espero. Y vuelvo a esperar a que me mandes algo, alguna señal de vida, de interés.
Nada. Carcomerme la cabeza es un título que gané con honores. El problema es que me agoté de carcomerme, y a la vez no quiero dejar de hacerlo. Necesito una patada fuerte, que me saque de donde estoy y me muestre adónde seguir. No tiene sentido seguir escribiendo, pensando, conjeturando. Llego siempre al mismo lugar: la nada. Y vuelvo a hacer un llamado a la solidaridad: péguenme una patada fuerte.

sábado, 8 de septiembre de 2012

Levante andante

- Una pregunta: ¿te bajás en Santa Fe?
a) - Sí, ¿por?
b) - No, ¿por?
c) - ¿Por?
(Independientemente de la opción, continúa)
- Porque sos linda, y las lindas siempre se bajan en Santa Fe.

Él se baja una parada después de Santa Fe. Como una metáfora del amante frustrado que se siente, ve pasar delante de sí una infinidad de bellezas que solamente se le escapan por poco, por una parada. Alguna vez bajó antes, total son dos cuadras, para ver hasta dónde llegaban a ir al mismo lugar: siempre doblaban en Santa Fe; él seguía derecho. Como si esos caminos evitaran cruzarse, recordándole que no tiene ni media chance de conseguir nada, solamente porque él baja una parada después.
A partir del diálogo anterior, que nunca supo construir, las opciones que le siguen serían:
a1) Le agradece, sonriendo. Sus miradas se encuentran en un destello como esos que ocasionan los autos en la noche, o mismo las estrellas, una vez que han sido miradas un buen rato.
b1) Lo mira reacia, como asqueada por su intento de conversar, aunque sea por unas cuadras. Quién sabe sus intenciones, pero de ninguna manera le podría dar la oportunidad de siquiera robarle unas palabras más.
c1) Le sonríe, sin decir nada. Acto seguido, gira la cabeza hacia la ventana, mirando a la calle, esté sentada en la punta o incluso parada en el pasillo.
Sobreespecular. El despegue hacia el hacer nunca llega. La NASA se habría disuelto en tres meses si hubiesen tardado en lanzar un cohete lo mismo que este tarda en hablar. Y se cree incapaz; no porque no pueda hacer nada, sino que no cree en la distribución uniforme de las probabilidades de ningún tipo. Ni siquiera en las caras de un dado. Al haber intentado hablarle a más de veintitrés mujeres, la distribución actual se torna Normal. Sus probabilidades se confirman variables según el caso.
Él, sin embargo, no cede ante la estadística. Sigue creyendo probabilidades uniformes, con la salvedad de que siempre le irá mal. Uniformemente mal. En cambio, en aquellas oportunidades en que descreyó de todo, tornando toda creencia en su propio ser, comprobó que las leyes estadísticas no tienen utilidad sino en cuestiones medianamente previsibles. La imprevisibilidad de los diálogos, salvo aquellos escritos, tal y como comenzó esta historia, contiene los fundamentos que escapan a toda modelización posible, tornando su línea de apertura a lo que solamente es: una apertura. No puede especular sobre reacciones, no tiene sentido hacerlo. En todo caso, suponiendo que el inicio es válido, ¿qué haría ante cada una de las reacciones? Sus intenciones están definidas desde antes de comenzar a hablar, y quedarán plasmadas en la apertura del diálogo. Ella también lo sabrá, con la diferencia de que su opinión será un misterio hasta tanto no se busque exteriorizar la intención que ambos saben que él tiene. Entonces, solamente puede esperar la reacción, y recién entonces pensar en cómo actuar. Quizás aparece otra opción que no había considerado. ¿Qué haría en ese caso? Un programa mal programado se tilda. Si él hace lo mismo, se llega a un fin indeseado.
Quizás todo se resume en una frase.

martes, 21 de agosto de 2012

De metáforas, mente y corazón

Leyendo un libro intransigente de Borges, los cuentos se suceden sin causar mayor impresión, ni generar esa sensación de movimiento calmo, que causa sacudidas internas difíciles de explicar, pero fáciles de sentir. De pronto, me topo con un cuento que me recuerda una concepción que creí mía: aquel que muere, se lleva consigo un sinfín de recuerdos y vivencias que nunca podrá transmitir, y que nadie podrá conocer jamás. Hacia el fin, Borges se pregunta qué recuerdos morirán con él.
Esto me surgió poco después de la muerte de mi abuelo, justo cuando empecé a avanzar en la facultad (y justo cuando entraba, dicho sea de paso). Mil veces le oí decir cosas que no entendía, explicaciones que no tenían sentido, etc., que luego cobraron todo el sentido de la vida cuando vi lo mismo en la facultad. Una nostalgia lógica me surgió, queriendo volver un año atrás a ver qué cosas sabía mi abuelo. Esas cosas murieron con él. Desgraciadamente, no hay nada por hacer; pero la maravilla que me despertó el pensar cuántas cosas nunca sabré de él me llevaron a esta idea que ahora tildo de borgeana, pero seguramente a alguien se le haya ocurrido antes: nunca lo vamos a saber, porque por el momento murió con él.
Luego, la inspiración.
Una sucesión entre Cervantes y El Quijote muy interesante llega. Una parábola entretenida llega. Ya ni me acuerdo por qué, pero recordé mi infantil deseo de saberlo todo. Todo. Últimamente me peleé con mi deseo de expresarlo todo. Todo. Hoy encontré la perfecta confluencia entre ambos.
¿Qué pasaría si mi orientación ingenieril, dura y cerrada como pocas, abierta y reflexiva como menos todavía, no fuese si no una herramienta más? Es decir, en mi afán, por querer expresarlo todo, termino sabiendo todo para poder hacerlo. Borges decía que él no inventaba metáforas: estaban ahí, esperando a ser usadas, y él lo hacía nada más.
Humildades aparte, digo: ¿y si aquello que aprendo día a día (o casi) en la facultad, no hiciese más que incorporar potenciales metáforas para describir mejor aquello que quiero expresar? La perfecta confluencia de la mente y el corazón. La perfecta potencialidad mutua. Quiero saber más para expresarme mejor.
De ninguna manera estoy por largar todo y dedicarme a escribir. Tampoco pretendo recibirme y largar todo para escribir. En definitiva, lo mío no pasa por querer escribir.
Sí pasa, en cambio, por necesitarlo. Esta necesidad de expresión me encuentra fácil en la escritura. Siempre creí ser bueno para la poesía. Últimamente me vengo dando cuenta de que más o menos. No me importa, es mi forma. Mi forma de acercarme más a eso que quiero y busco ser. Y solamente de esta manera puedo evitar ser como si no hubiese sido.

viernes, 30 de marzo de 2012

No tan distintos

Los tiempos modernos distorsionan realidades que supieron ser; no porque dejen de ser en sí mismas, sino que se re definen. Es así que lo que antes un tipo vestido todo de negro era un flor de roquero hoy en día no pasa de ser un emo pelotudo. En algún punto no tan lejano de eso quiero caer.

Los famosos hoy en día tienen una pseudo comunicación con su público muy distinta a la que tenían (o directamente no tenían) hace algunos años. De igual manera no podían expresarse como lo hacen hoy. Las redes sociales invaden sus mundos y ellos, que siempre estuvieron en el nuestro de alguna forma, reinventan su presencia en otros. Como cuenta de Twitter no tengo, me resulta complicado hablar más que de lo que oigo. Por ejemplo, mi hermana anduvo preguntándole a varios famosos unos números de teléfono de no se quién para la facultad (en realidad para TEA, pero simplifico). Nadie le contestó, salvo uno de CQC para decirle que no lo tenía. Ella le agradeció terriblemente el siquiera contestar. Ahora, me pregunto, ¿no te hiciste una cuenta para que otros puedan ver y opinar sobre lo que ponés? ¿Qué tanto te molesta que una pendeja venga a preguntarte una cosa tan simple como un número de teléfono para que no le puedas contestar? En fin, ella no consiguió el número, pero ahora idolatra aún más a este de CQC por buena onda. Vean cómo se puede hacer para ganarse a alguien de una manera tan fácil y simple: decís "no, no lo tengo el tel, sorry" y listo. Ni 140 caracteres te ocupa.

Un mundo más complicado es el del rock. Los viejos rockeros solamente con llamarlos así suenan a jodidos. Pero algunos tienen Twitter. Como yo no, me quedo en el Facebook, y hace bastante encontré que Nito Mestre tiene cuenta (https://www.facebook.com/nito.mestre). Para empezar, tiene de portada una foto con Paul Mccartney (http://yoportodoss.blogspot.com.ar/2010/11/es-dificil-decir-que-uno-haya.html). Ya me cayó genial eso: él tiene una foto con su ídolo. Obvio, también es el mío (y él también), así que ya empieza la identificación. De más está decir que Nito nunca tuvo pinta ni fama de jodido, duro, rockstar, ni otras yerbas. Para empezar, tiene cara de buen tipo. Pero otro costado de su vida se plasma online y es imposible filtrarlo. Yo reconozco cierta intolerancia para con el resto, parte heredada, parte desarrollada con los años, que en realidad puedo eliminar con un "igual ni me importa" y calmarme. Pero la ironía que tiene este tipo en Facebook y la dedicación que le da a la gente es sorprendente.

Mi costado semi homosexual (según diría uno de la facu) hizo que me caiga bien la serie Glee. Últimamente no la sigo por la facu, pero es tema aparte. Si uno mira las actualizaciones de las pibas de la serie (obvio que ni bola a los tipos), suben todo el tiempo cosas raras, sin apuntar a nadie, mostrándose como son (o dicen ser) y punto. El que quiere, que vaya  y mire, pero interactuar ni de pedo. Contraponiendo a Nito, no solo te contesta: si le caés bien, puede que diga algo; si te mandaste un moco, te caga a puteadas; por último, si decís boludeces, te boludea. Es genial.

Ver que hay un famoso que actúa como uno da ganas de salir y decir "¿vieron que no soy un enfermo? Si hasta Nito hace lo mismo". Falacia de la autoridad, sí, pero qué me importa, si este tipo se copa en todas. Es divertidísimo ver cómo cada tanto aparece alguna de las suyas: el tipo hace un show privado en La Plata, un flaco le pregunta "¿qué significa que sea un show privado en La Plata?" y el otro le contesta "significa que es un show privado, o sea, no abierto al público". Cuando dice que estuvo en Chile cuando hubo un temblor y un flaco le dice "eso pasa por ir al país vendepatria" o algo así y el otro lo manda a la puta que lo parió, sin filtro.

Nito, gracias por mostrarnos que aquellos con fama son tan iguales como nosotros.

miércoles, 15 de febrero de 2012

730

Temí olvidar muchas cosas. Gestos, expresiones, pero, por sobre todo, la apariencia. Depender de fotos es algo que no me gusta (razón por la cual probablemente también rechace sacármelas): estar teniendo que forzarse a uno mismo para poder retener momentos es molesto. Más cuando el tiempo empieza a jugar con cada vez más fuerza, y uno cada vez con menos.
Por suerte, puedo retener bastantes cosas de aquellas que "temo perder u olvidar". Estoy seguro de que nunca lo voy a hacer, no me lo permitiría. Recuerdo tanto aquello que me emociona como aquello que me entristece. Lo curioso es que ambos tipos de recuerdos conviven por igual, sin necesariamente que predomine uno sobre el otro.
Recuerdo tu cara, en sus mejores y peores momentos: los mejores, en aquella foto que llevo a todos lados, y cada vez que abro la billetera me llama un momento a pensar y recordar; los peores, el cuello todo hinchado en un costado, y la voz finita, esa que cuesta entender. Instantáneamente me acuerdo de los últimos días, en que los respiradores y demás tubos que en mi vida quiero comprender impedían que entendiéramos lo que querías decir, cuando después de muchos intentos lo único que pedías era hacer un clorito, pero necesitabas ayuda para eso. Por supuesto, ayudé, con una dedicación y un dolor que pocos pueden comprender.
Pero más de una vez me acordé de tu mano. Más concretamente, de tu mano pasando sobre mi cabeza, en esa época en la que te agarró el ataque de paternidad, y me acariciabas como si fuera un nene de seis años, a pesar de que ya contaba con varias primaveras más encima.
Y todo esto no alcanza. Nunca lo va a hacer. Esos arrebatos irreversibles de la vida son terribles. Duele contarlo por primera, segunda y enésima vez. Lo único que me sorprende es que, a pesar del dolor que me genera contarlo, cada vez lo cuento más distanciado, como si el tiempo entre el hecho y el hoy, cada vez mayor, fuese atenuando el quiebre que se generó en mí. Y es falso que el tiempo cura las heridas, y que solo quedan cicatrices: cada tanto me acuerdo, y me pongo de la misma manera que hace ya exactamente dos años. Nada de pensar que todo ya pasó, que hay que seguir adelante: esas cosas no se piensan; se hacen, y punto. No se debate si hay que seguir o quedarse, porque la propia inercia del ser humano lo hace (te hace, me hace), provoca el "movimiento". Seguir adelante...
Qué vacío suena uno (o se siente) cuando habla de seguir adelante. Seguir podría ser terminar la carrera, trabajar de eso, etc., pero siempre hay que dedicarse momentos para recordar, para "quedarse". Ese vaivén que se genera es quizás el motor principal: seguir para no quedarse, seguir por aquellos (aquel) que se quedaron (quedó). Y uno trata de darse ánimos diciendo que hay que hacerlo por él, pero es falso también. Las cosas se hacen por uno mismo; la inspiración podría venir de afuera, pero en definitiva la acción es forzada por uno.
Y me veo a mi mismo, dos años después, y me digo "la puta madre, te extraño" y se me hace el mismo nudo en la garganta de siempre, la cara se me calienta, los ojos se ponen a hacer esas cosas líquidas, la cabeza duele. Todo como reflejo del verdadero dolor, el del alma.
Releo lo anterior para ver que no haya olvidado nada, que todo quede como debería quedar. Al pedo, lo largué como lo creí en su momento, cambiarlo no ayuda en nada, a pesar de que ese momento haya sido hace cinco minutos. Me dije a mí mismo que tenía que escribir algo hoy, me lo dije hace semanas. Lo único que sabía era el título y que tenía que hablar de tu mano sobre mi cabeza. Creo que es el mejor recuerdo que me llevo, pero dudo de si decir "desgraciadamente" o no. Claro que me llevo mil cosas más, pero ese gesto, tan simple, es el que más me llega hoy en día. No sé porqué, ni me interesa, solamente sé que te extraño mucho, pá.

jueves, 9 de febrero de 2012

Al maestro, con amor

Siempre me mostré muy lejos de sentir. Siempre me creí muy cerca, a la vez. Quizás fue (y siga siendo) por algún miedo a ser, simplemente a ser. Ser abierto, principalmente. Y esta lejanía se quebró casi sin quererlo. El culpable de esto fue mi viejo. Y, claro, cómo no iba a serlo. Independientemente de eso, me encuentro hoy sin entender porqué pasa algo, mientras trato de reprimirlo por las mismas razones que dije antes, con la diferencia de que no es que quiera reprimirlo para nunca sacarlo, sino que lo estoy guardando para cuando lo crea necesario. Y está mal, lo sé: no debería esperar, ahora es el momento.
Hablo, aclaro, de la muerte de Spinetta. No sé cómo ni porqué estoy así. ¡Pero justo en mi cumpleaños tenía que pasar! ¡en febrero, maldito mes! Creo que hoy es la segunda vez en mi vida que realmente siento ese mítico nudo en la garganta. Y me refugio en las noticias. Me sirve, porque veo una frialdad (lógico que exista) que me aísla, me separa del evento, me mantiene al margen de la situación. Me parece que principalmente la excesiva repetición es lo que me revienta. Leer una y otra vez "Chau, Flaco", "Adiós, Flaco", y otras mil maneras de despedir a alguien sin realmente hacerlo, porque en primer lugar tal despedida no existe, y en segundo el decir todo el tiempo "adiós" no concluye nunca en despedirse (cual "cortá vos primero, no vos, no vos..."), me harta los ojos, me cansa el cuerpo, y solamente quiero mandar a todos al carajo por fríos hijos de puta, pero sé que es la única forma que tienen de hacer las cosas.
Pero casi me quiebro solo. Hace algunos meses me surgía ponerme a sacar algún tema de Pescado, Almendra... en fin. Ayer, cuando me enteré y pude estar solo, me puse a tocar algo de él y de Charly, entre otras cosas, y no me pasaba nada. Hoy, apenas empecé a sacar Ana no duerme, no pude más. No paré de sacar las notas y acordes (la melodía siempre me sale más fácilmente), pero mientras lo hacía mi nuca se tensaba y mi cuello me decía que mi nuez de Adán se estaba yendo para adentro, aunque sin atascar mi esófago: eso que se conoce como "nudo en la garganta" (repito). Y, sin entender cómo, mis ojos se iban aguando, mis cachetes se estaban poniendo rojos (supongo, no me vi todavía). Y es increíble, pero no puedo hablar. Tampoco lo intento mucho que digamos, pero por suerte tenemos la escritura. Por supuesto, si ahora mi hermana me dice algo, le voy a contestar, pero igualmente no puedo hablar. No puedo estar diciendo lo que quiero decir, porque en realidad no quiero decir nada. Tampoco estoy seguro de querer escribir nada, pero algo tiene de reconfortante.
Y se  me ocurren mil frases vacías que repentinamente adquieren un sentido estúpido pero en alguna medida real: gracias por tanto (perdón por tan poco no estoy seguro). En definitiva, el artista vive del público y viceversa. Ojo, hablo de esa vida que implica una sensación de plenitud, no simplemente pasar los días y años hasta que el que pasa es uno.
Párrafo pelotudo, ese, ¿no? En fin, solamente espero que todas las partidas que vienen pasando en estos años sean una especie de antesala para una nueva generación de música, porque sinceramente tengo las pelotas llenas de escuchar "¡pero vos sos un abuelo, escuchás música re vieja!". ¿Y qué querés que haga? Si todo lo de ahora es una mierda comparándolo contra todo lo viejo.
Igualmente, no me voy a despedir de Flaco, por dos razones, una cursi y otra fría y boluda como yo:
1) Nunca lo conocí, así que es difícil despedirse de alguien sin antes haberlo saludarlo por primera vez;
2) No me despido de quien me sigue y seguirá acompañando.
En fin, ya creo que estoy hecho con el tema, al menos por hoy. Mi garganta se calmó, mi cara está menos rígida, pero todavía no puedo hablar.

lunes, 30 de enero de 2012

Inocencia

Andaba algo nervioso en el avión de vuelta al compás de mi mente, que no me dejaba pegar un ojo (por más que fuesen las tres de la tarde), y se empeñaba en revolver todo aquello que sucedió estos días de mi viaje. Para mi suerte, encontré que un par de asientos adelante había una pareja con una bebita, preciosa por cierto. Pelo rubio bien claro, unos ojos celestes así de grandes que ni te cuento. Siempre tuve una debilidad por los bebés, por la forma en que todo es tan puro. No solamente tuve la debilidad, sino que pareciera que ellos también la tenían conmigo. La mayoría de quienes cruzaba miradas conmigo se quedaba mirándome, y yo hacía lo propio también. Al rato sonreían, dios sabe porqué.
Particularmente, con esta beba me pasó que me relajaba quedarme mirándola, sobre todo cuando me miraba de vuelta. En esos instantes, todo quedaba de costado, o atrás, si se prefiere: hundir mi mundo en esa pequeña vida que a duras penas trata de comprender lo que la rodea a través de la imitación. Supongo que un poco tiene que ver conmigo también: al quedarme yo mirando, ellos me imitan, y se me quedan mirando. No sé cuánto descubran ellos del mundo en esos momentos que compartimos, pero yo tengo momentos chamánicos. Veo dos almas tratando de entenderse mutuamente a través del aire. Lo que logro, yo al menos, es blanquear mi mente de todo pensamiento y simplemente tratar de atravesar la cabecita de esta cosita que me mira y no pregunta, no cuestiona, probablemente tenga la mente tan en blanco como yo; y sin embargo se da la oportunidad de sonreírme. No me dice porqué lo hace, y sin embargo creo entenderlo. Sonrío de vuelta. Su boca se estira de punta a punta, dibujando esa sonrisa que conmueve a cuanto adulto pueda verla.
Lo que no logro descifrar es que cada adulto que aprecia estos momentos sonríe pero siempre echa la cabeza para atrás, como mostrándose lejano, añorando esos días que por supuesto no recuerda, pero que de alguna manera lo regocijan. Yo, en cambio, sonrío y una de dos: o me quedo en mi lugar, reconociendo mi diferencia pero a la vez no buscando rememorar nada, simplemente vivir ese instante de alegría pura sin aparente razón; o me tiro levemente hacia adelante, como si ese ademán me permitiera comprender mejor la situación, y quizás también la razón de su sonrisa.
Es normal que algún que otro bebé sonría cuando uno le sonríe. La diferencia es que yo no sonrío, yo espero. Quizás también su sonrisa sea compasión, comprendiendo que uno no entiende nada de la vida, que todo lo que estudió y aprendió con los años le siguen impidiendo apreciar lo más maravilloso que lo rodea, y que únicamente va a ser verdaderamente feliz cuando pueda finalmente sonreír sin nada en la mente, solamente contestando a una sonrisa que se le aparece casi sin pedirla. Es probable que ahí radique la supuesta inocencia del bebé: en no poder distinguir, asociar todo en un único camino, que por suerte conduce a la sonrisa. Generalmente se asocia la inocencia con vulnerabilidad. Quizás nuestra inocencia sea poder distinguir y preocuparnos tanto por todo aquello que nos rodea.