sábado, 19 de noviembre de 2011

Sueños

Es el mejor de toda la cancha. No hay quien lo pare. Cada vez que levanta la cabeza y apunta al arco, aquel que se atreve a interponerse entre él y su objetivo, es muy probable que caiga rendido a sus pies, víctima de la cruel magia que despiertan sus movimientos. Mágica zurda implacable, tu cualidad te distingue de cualquier otro mortal que ose intentar arrebatarte tu más preciada posesión: ese pequeño trozo de plástico poligonal, que algunos llaman "la redonda". Porque no es redonda, no. Tu gamba lo sabe; por eso es que, antes de patearla, no calcula su trayectoria en base a una circunferencia, sino que usa aproximaciones a ella, que incluso son de mayor precisión que el cálculo original.
Cada tiro despierta miradas deslumbradas, antes quietas por la opacidad del mal llamado espectáculo. Porque espectáculo, ese que es digno de verse, es aquel que se genera una vez que te la pasan. Tus compañeros no saben si esperar la devolución o directamente ir al círculo central, a esperar que tu habilidad dé sus frutos. Tal es así, que ante cada error que pudieras llegar a tener se despiertan los demonios de aquellos que creen que exigir al máximo a un individuo es la única forma de lograr su éxito. Más aún, el de todo el equipo. Si vos no funcionás, no lo hace nadie más.
Mas llega ese momento, después de varias oportunidades desperdiciadas, en el que concretás aquello que muchos fueron a ver. Tu alegría es inmensa, tu júbilo se transmite a cada uno de los que te rodea. Levantás el brazo en alto, como mostrando quién es el que manda.
Silbatazo final. Mejor dicho, el dueño de las canchas te viene a decir que se terminó la hora. Volvés a tu casa, te sentás un rato a descansar, y ya podés imaginarte en la próxima realidad que desees.

sábado, 29 de octubre de 2011

De métodos

Uno pasa la vida intentando conocerse a sí mismo. Cuando cree que ya lo hizo, lo primero que debe hacer es tratar de desconocerse, reprogramarse. Esta secuencia nunca deja de ser válida.

Y como no dijo Calderón: la vida es ciclo, y el ciclo, ciclo es.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Me dejo de joder

Varios posts anteriores, y otros nunca publicados, daban una versión (para nada errada) de lo que era como persona: una calculadora humana. No hablo solamente de hacer cuentas, sino de estar atento todo el tiempo, cada segundo, para encontrar cualquier tipo de error (siempre ajeno) para poder destacar. A pesar de tener una clara idea de no saber nada sobre la vida, mostraba siempre una visión propia que siempre cerraba y carecía de huecos lógicos (más allá de estar de acuerdo o no con mi punto de vista, el razonamiento parecía intachable). Pues bien, hoy en día rechazo totalmente esa forma de ver la vida (o, justamente, de no verla). Para quebrar definitivamente con ese modelo, lo digo en criollo: me dejo de romper las pelotas. Sinceramente, me parece que explayarme y dar detalles de todo lo que está pasando en el momento que escribo estas cosas, y todo lo que empiezo a procesar (no a darme cuenta, eso por suerte ya lo hice), es sumamente al pedo, en cuanto a que a nadie le interesa eso, y contarlo solamente aburre más.

Por eso me parece que es mejor que este post dure lo mínimo indispensable, quizás incluso las palabras más importante que dije y que voy a volver a repetir; porque repetir no es solamente volver a decir algo, o al menos no debería serlo, sino es agregar ese énfasis que hace falta para poder terminar de aprehender algo de una puta vez. Repito, por tanto: me dejo de romper las pelotas.

Lo que ahora vendrá, nadie lo sabe, mucho menos yo, que antes creía saberlo, pero algo es seguro: me dejo de joder.

lunes, 20 de junio de 2011

Mis días Offline

Estos últimos dos fines de semana me encontraron con problemas técnicos: se me cortó internet. No solamente internet es que se me jode, sino que también la tele hace lo suyo, porque vienen por el mismo lado. Sí, en ambos fines de semana. Una cosa de locos. Más allá de las razones de los cortes y las vueltas y demás, empecé a pensar qué carajo hacía mientras esperaba que volviera esa maldita herramienta súper útil. Claro que no tenía muchas ideas en la mente, principalmente porque hacía mucho que tenía lainterné en casa. Recordé esos días de floreciente adolescencia, cuando mi despertar sexual se iba comiendo poco a poco a los video juegos. Claro que MUY de a poco, todavía sigue siendo furor el Winning, a pesar de que esos pendejos inútiles le digan PES (incluidos mis primitos).
En fin, tuve que "reabrir" esa caja de recuerdos (las comillas están porque no es que hoy en día ya no juego a nada, todo lo contrario) y volver a empezar a jugar cosas que ya había jugado y ganado. Mi tristeza aumentó cuando me trabé y no pude avanzar más en una misión del Warcraft 3 (sigo trabado ahí, puta madre). Para mi suerte, esos momentos los pude posponer, cuando mi televisor me mostraba que la señal empezaba a mejorar; enchufé el modem y el router (al pedo estar enchufados cuando no anda, y las luces solo me muestran la frustración de no tener nada que hacer al respecto).
Aquellos que supieron de mi situación se compadecieron, incluso uno me reveló algo de lo que me di cuenta en seguida, pero no por eso no hacía falta escucharlo: Hoy en día, te das cuenta de que una computadora no sirve sin internet. ¡Mierda si me di cuenta de eso! Encima tengo el síndrome de viejo, que me hace levantarme temprano, aún así no tenga nada para hacer. Así es que te levantás a las 9 un sábado, mirás el reloj, puteás por haberte levantado temprano, te volvés a dormir, te levantas a las 11, mirás el reloj, puteás porque no hay internet, prendés la tele, se ve para el orto, puteás de nuevo... y ahí encontrás el vacío que hay en tu vida cuando no tenés el cable enchufado que te conecta al ciberespacio, esa cosa que nadie ve, pero todos conocen, casi como dios, solo que este último te cobra el 10% de lo tuyo, mientras el ciberespacio es un abono fijo mensual.
Lo más sorprendente, es que me dieron ganas de estudiar. Sí, así de simple: me dieron ganas. Como no tenía nada para hacer, y de paso adelantaba algo las materias para los finales y demás, me puse a estudiar. De paso, ya junté dudas para el jueves, pero es bastante raro que me den ganas. No es que no lo hago, ni mucho menos (a pesar del declive de este cuatri), pero nunca sentí ganas de hacerlo; siempre era un deber, nunca un querer. Para mi suerte, esas ganas se esfumaron apenas se empezó a ver mejor la tele, el módem indicaba un par de luces más que antes, la tele iba y venía, justo cuando estaba por arrancar Argentina-Albania (después de haberme fumado una hora entera de previa, al mismísimo pedo), el módem flaqueaba de nuevo, volvía, etc., hasta que finalmente se restituyó el balance de la fuerza y pude volver a conectarme.
Creo que mejor publico esto, a ver si de nuevo se me va todo al carajo.

sábado, 14 de mayo de 2011

Cuando la lógica te juega una mala pasada

Una frase que se me ocurrió, y que comprobé que no estaba como quote de nadie, es "la religión es la respuesta más simple a la pregunta más compleja". Claro que dicha pregunta tenía que ver con de dónde venimos, adónde vamos y, por sobre todo, el porqué de las dos primeras. Revisando mentalmente caí en la navaja de Ockham: "la respuesta más simple suele ser la indicada". ¿Qué hago?

viernes, 22 de abril de 2011

De teoría somos

No, no de carne. Un paneo general por distintos programas de tele y distintas opiniones de mis amigos me hicieron llegar a esta conclusión: somos puramente teóricos. ¿Qué significa esto? Que simplemente nos "contentamos" con poder extraer conceptos de aquello que nos rodea. Claro, dirán, que pelotudo que hay que ser para no darse cuenta de eso, no sos ningún genio. La clave en mi descubrimiento es el "simplemente". A menudo escuchamos que hay problemas de inflación, monopolios, malversación de datos, etc. ¿Y qué carajo hacemos con eso? NADA. Lo sabemos, repudiamos a quienes se benefician con estos accionares que a nuestro entender son malos, y nada más. Dejamos que todo siga como siempre, incluyendo aquellos actos que repudiamos.
De ninguna manera estoy proponiendo salir a las calles con palos y antorchas buscando arreglar todo a las trompadas ni tampoco hacer mil cortes de calles para exigir esto (principalmente porque soy de los que más putea cuando hay un corte). Lo que quiero destacar, siendo en realidad víctima de mi propio descubrimiento, es que solamente nos limitamos a conocer y reconocer fallas, tanto en otras personas como en sistemas por completo. Es por eso que dichas falencias siguen viviendo: nadie hace nada contra ellas, solamente se las deja respirar, pero ¡atento que te estoy mirando, eh!.
Absolutamente nadie va a frenar de mandarse cagadas porque alguien le diga que lo está haciendo, a menos que sea algún padre, tutor o encargado. De hecho, muchas veces el ser reconocido hace que se haga más de esa cagada que se reconoció.
Por lo menos, si tanta cuenta nos damos, tratemos de cambiar las cosas, aunque sea a un nivel muy insignificante para el mundo, pero que a nosotros nos ponga mejor: si hay algo que te jode, enfrentalo de la manera que corresponda, sea no usándolo, yendo a otros lados, en fin, rodeándote de cosas que no involucren a eso, o que incluso sean exactamente el opuesto. Claro, ningún extremo es bueno, así que vas a descubrir otra cosa más, que te va a motivar aún más en alejarte de eso que te molesta, tanto lo viejo como lo nuevo. Pero estar todo el tiempo criticando cosas no solo no nos lleva a ningún lado productivo, quizás hasta nos angustie en algún punto. ¡Al pedo! Tratemos de llevar las cosas de la mejor manera posible, no por eso bajando la cabeza y haciendo oídos sordos, pero tampoco nos hagamos mala sangre con cualquier pelotudez que veamos por ahí. Por ejemplo, todos sabemos que Reduce Fat-Fast y tantas otras mierdas que nos venden por tele son una cagada, pero ya fue. Que se caguen Jorge Hané y esa modelo que está más linda que nunca pero nadie sabe su nombre, yo sigo en la mía.
¿Adónde apunto escribiendo esto? A ningún lado: como ya aclaré, soy víctima de mi descubrimiento. Solo quería avisar.

lunes, 7 de marzo de 2011

Efectos secundarios de una comedia romántica

Se sienta frente a la tele. Prende una película que vio dios sabe cuántas veces y se mete de lleno en el mundo ficticio que aprecia. Recorre las historias que ya conoció alguna vez y reconoció tantas otras. Se compadece de las situaciones de los personajes, sus actitudes y descubrimientos. Es entonces cuando toma forma eso que ve: es él quien forma parte de la historia. Pero no directamente, no es un personaje más en un film; tampoco tiene ningún tipo de relación con los personajes de la misma. Simplemente, repasa su historia y la contrasta con eso que ve. Reemplaza actores con personas de carne y hueso, palpables, quizás hasta alguna vez lo haya hecho. Sus vivencias se traducen en simples situaciones de análisis. Nota cierta inspiración en eso que ve; siente que lo ayuda. Lo ayuda a poder entender porqué carajo fue que nunca le salió lo que quería con ella. Con ellas. Se frustra un poco, porque quizás la respuesta no es tan simple, no es un análisis ceteris paribus (N. del A: gracias, Rocca... la que te parió). Entonces proyecta, como siempre hizo, y proyecta también como si nunca antes lo hubiese hecho, aquellas posibles maneras de manejarse en esas situaciones en las que ya se manejó, pero que no lo dejan del todo contento. Y entonces, casi sin querer, encuentra una inspiración inexplicable: aquél personaje de la película está tocando una melodía porque se parece a un personaje. Él, que tocó prácticamente toda su vida, intenta hacer lo mismo, pero carece de un elemento fundamental: no sólo no tiene a mano una idea de cómo hacer que una melodía se parezca a alguien, sino que está aturdido por esa melodía que escucha, aunque parezca que lo hace de fondo, pues su mente está tan sumida en sí misma que no puede oír nada más que sus propios pensamientos y rara vez conclusiones.
Entonces, con más prisa que nunca, espera que la proyección televisiva termine, se dirige hacia su pieza con la intención de realizar la más grande obra de su vida; ya ha podido aislar aquello que quiere traducir en una melodía, en una sucesión de acordes, puta digo, ¡en una verdadera obra de arte!
Intenta, por todos los medios, dar con una escala apropiada. Siempre fue bastante intuitivo para ello: conoce el tipo de sonido que provocan varias de ellas. Elige una, simplemente al azar, a ver si con eso se arma algo. Tira un par de arpegios, variaciones mínimas que casi podrían ser reemplazos tritonales pero que, claro, no lo son. Luego se le ocurre qué podría hacer con semejante pelotudez que acaba de inventar. Decide que es lo suficientemente buena como para probar algo más arriesgado, que traspase esas barreras de la idiotez composicional cotidiana, tan común en estos días. Ay, mis queridos Luis, Carlos, John y todos los otros, si supieran que anhela ser como ustedes, aunque se sabe incapaz, con lo cual se conforma con imitar sus obras maestras casi a la perfección, pues hacer una versión propia de algo ajeno es lo más cercano a robar que conoce. Prefiere, en cambio, repetir grandezas ajenas, que alguna vez se le ocurrieron a otro; cree que ése es un verdadero tributo, la verdadera forma de reconocer el trabajo de los grandes, o los grandes trabajos.
Luego de meditar un rato, procede a armar ciertas variaciones y progresiones que le contentan; al fin y al cabo, conoce sus limitaciones, aunque también sus progresos, al menos en este campo de la vida. Decide que es hora de pasar al siguiente nivel: encontrar algunas palabras que se puedan representar con su más reciente creación. Recorre sus escritos, guardados en donde solamente él sabe, con la esperanza de que encontrará alguno interesante sin unión musical aún. De todos modos, si no lo encontrara, crearía uno, pues está demasiado inspirado. Entonces, sin poder creer que sería tan fácil, recuerda uno que escribió en una situación parecida, en una avalancha de ideas y pensamientos constructivos. Lo toma, lo lee, borra los acordes previos, pues no se pueden comparar con esto, además de que no entiendo cómo carajo era antes, cuando lo hice. Modifica un par de tiempos para encajar las piezas, y ahí está. Toda su vida gira en torno a ello, su más reciente creación. Es hora de que el mundo la conozca.

domingo, 20 de febrero de 2011

... sean unidos

Desde hace algún tiempo, cada tanto escuché que yo era el hombre de la casa, frase que me resultaba totalmente desagradable, sobre todo porque mi vieja fue, casi siempre, ese hombre, por raro que suene. Sin embargo, no por eso no le presté cierta atención a la frase, tratando de captar algo de ella. Como resultado, decidí que había ciertas actitudes que debía tomar, como por ejemplo una especie de mayor madurez a la que ya tenía, fuese mucha o poca. El problema era que no tenía en qué plasmar ese plus que me estaba autoreclamando, así que decidí aplicarlo a la familia: iba a tener una actitud más paternal, o al menos como lo hacía mi viejo, que incluía muchas reacciones (a veces no tan felices) y una supuesta idea de que el mundo giraba alrededor mío. Por supuesto, era (y sigo siendo) perfectamente consciente de que estaba equivocado, pero tenía que tener cierta actitud por encima de mi familia, como si fuese superior, por lo menos para poder perpetuar la tremenda boludez que me estaba planteando.
Un aspecto de mi familia que siempre fue raro es mi hermana. No ella en sí, sino nuestra relación. Me gusta definirla como de mutua indiferencia; no es que nunca nos importe lo que le pasa al otro, pero, en general, no nos damos mucha bola diariamente. Conozco gente que con sus hermanos tiene una relación casi de amistad, mientras que otros se llevan como enemigos de guerra. Por eso, mi relación de mutua indiferencia me parecía, además de original, absolutamente compatible con ambos modelos: cuando quería, la jodía y era mi enemiga; y cuando quería, me llevaba bien, me cagaba de risa, etc.
Esta relación, si bien se mantuvo, fue variando ciertos aspectos: a medida que crecí, tuve que llevarla a algún lado alguna vez en el auto. Al principio me gustaba, porque podía sacar el auto, por lo menos, aunque cuando pude sacarlo con más frecuencia, ya me resultaba molesto hacerlo. Sin embargo, mantuve una política bilateral en ese aspecto.
Como muchos sabrán, ayer (sábado) se largó con todo. Llovió como la puta madre, porque no hay otra forma mejor de describirlo. Mi hermana había salido y yo también. Cuando volví para mi casa, tuve varios problemas, porque la calle y la vereda estaban inundadas en varios lugares. Para cuando estaba llegando, me preguntaba si mi hermana había vuelto ya: si no lo había hecho, me iba a postular como una opción de rescate, por si lo necesitaba. En realidad, estaba seguro de que iba a terminar yéndola a buscar, porque no había ni un mísero taxi dando vueltas por la ciudad, y los que había, estaban ocupados. Como respuesta, me llegó un "no, gracias, no te preocupes, no hace falta". Sabiendo que no era tan así, esperé un rato, viendo la tele. Cuando a la media hora, más o menos, no hubo reclamos, me dispuse a dormir, contento con mi accionar. Para mi sorpresa, apenas moví las sábanas para meterme de lleno en ellas, me llamó. "Agus, vení a buscarme, plis. No hay un puto taxi". Y bue, si me había propuesto como alternativa, no iba a tirarme atrás. Así es que fui a buscarla y traerla con una amiga suya... que resultaron ser dos. Bueno, no es tan grave, conozco a ambas. A una la llevé a la casa, la otra venía con mi hermana a casa.
Fue así que me di cuenta de que esa madurez que me propuse, no era solamente una madurez: era actuar como un padre responsable. ¡La puta madre, tengo 21 años! No estoy para estas cosas. Pero, bueno, puedo, en vez de eso, ser un buen hermano y nada mas, ¿no?; "bienvenido al fin de la relación de indiferencia", dirán. Pero no. Estos hechos aislados son aquellos que perpetúan y refuerzan la relación, porque a cada acción de bien le corresponde una de mal, en general. No es que ahora la voy a ir a cagar a trompadas solo porque la traje una vez a casa, menos aún cuando yo lo propuse. Igualmente, esto me deja pensando un par de cosas, sobre todo eso de la madurez... qué carajo habré querido decir cuando se me ocurrió.