lunes, 7 de marzo de 2011

Efectos secundarios de una comedia romántica

Se sienta frente a la tele. Prende una película que vio dios sabe cuántas veces y se mete de lleno en el mundo ficticio que aprecia. Recorre las historias que ya conoció alguna vez y reconoció tantas otras. Se compadece de las situaciones de los personajes, sus actitudes y descubrimientos. Es entonces cuando toma forma eso que ve: es él quien forma parte de la historia. Pero no directamente, no es un personaje más en un film; tampoco tiene ningún tipo de relación con los personajes de la misma. Simplemente, repasa su historia y la contrasta con eso que ve. Reemplaza actores con personas de carne y hueso, palpables, quizás hasta alguna vez lo haya hecho. Sus vivencias se traducen en simples situaciones de análisis. Nota cierta inspiración en eso que ve; siente que lo ayuda. Lo ayuda a poder entender porqué carajo fue que nunca le salió lo que quería con ella. Con ellas. Se frustra un poco, porque quizás la respuesta no es tan simple, no es un análisis ceteris paribus (N. del A: gracias, Rocca... la que te parió). Entonces proyecta, como siempre hizo, y proyecta también como si nunca antes lo hubiese hecho, aquellas posibles maneras de manejarse en esas situaciones en las que ya se manejó, pero que no lo dejan del todo contento. Y entonces, casi sin querer, encuentra una inspiración inexplicable: aquél personaje de la película está tocando una melodía porque se parece a un personaje. Él, que tocó prácticamente toda su vida, intenta hacer lo mismo, pero carece de un elemento fundamental: no sólo no tiene a mano una idea de cómo hacer que una melodía se parezca a alguien, sino que está aturdido por esa melodía que escucha, aunque parezca que lo hace de fondo, pues su mente está tan sumida en sí misma que no puede oír nada más que sus propios pensamientos y rara vez conclusiones.
Entonces, con más prisa que nunca, espera que la proyección televisiva termine, se dirige hacia su pieza con la intención de realizar la más grande obra de su vida; ya ha podido aislar aquello que quiere traducir en una melodía, en una sucesión de acordes, puta digo, ¡en una verdadera obra de arte!
Intenta, por todos los medios, dar con una escala apropiada. Siempre fue bastante intuitivo para ello: conoce el tipo de sonido que provocan varias de ellas. Elige una, simplemente al azar, a ver si con eso se arma algo. Tira un par de arpegios, variaciones mínimas que casi podrían ser reemplazos tritonales pero que, claro, no lo son. Luego se le ocurre qué podría hacer con semejante pelotudez que acaba de inventar. Decide que es lo suficientemente buena como para probar algo más arriesgado, que traspase esas barreras de la idiotez composicional cotidiana, tan común en estos días. Ay, mis queridos Luis, Carlos, John y todos los otros, si supieran que anhela ser como ustedes, aunque se sabe incapaz, con lo cual se conforma con imitar sus obras maestras casi a la perfección, pues hacer una versión propia de algo ajeno es lo más cercano a robar que conoce. Prefiere, en cambio, repetir grandezas ajenas, que alguna vez se le ocurrieron a otro; cree que ése es un verdadero tributo, la verdadera forma de reconocer el trabajo de los grandes, o los grandes trabajos.
Luego de meditar un rato, procede a armar ciertas variaciones y progresiones que le contentan; al fin y al cabo, conoce sus limitaciones, aunque también sus progresos, al menos en este campo de la vida. Decide que es hora de pasar al siguiente nivel: encontrar algunas palabras que se puedan representar con su más reciente creación. Recorre sus escritos, guardados en donde solamente él sabe, con la esperanza de que encontrará alguno interesante sin unión musical aún. De todos modos, si no lo encontrara, crearía uno, pues está demasiado inspirado. Entonces, sin poder creer que sería tan fácil, recuerda uno que escribió en una situación parecida, en una avalancha de ideas y pensamientos constructivos. Lo toma, lo lee, borra los acordes previos, pues no se pueden comparar con esto, además de que no entiendo cómo carajo era antes, cuando lo hice. Modifica un par de tiempos para encajar las piezas, y ahí está. Toda su vida gira en torno a ello, su más reciente creación. Es hora de que el mundo la conozca.