jueves, 19 de junio de 2014

Cuando las dudas te carcomen

Cuando tenía dieciséis años, hice un curso de orientación vocacional. Me salió ingeniería industrial, y acá estoy. No creo que se haya equivocado el test, o en todo caso me dejé convencer con la carrera a medida que le fui (y sigo) avanzando. Durante ese test, entre otras cosas para hacer, tenía que escribir una historia cortita. La que yo quisiera. No recuerdo si tenía temática o no, pero no viene al caso. O tal vez sí.

Esa historia que escribí no me la olvido más.

Trataba de un chico y una chica que iban juntos al colegio y se enamoraban. El enamoramiento surgía cuando la abuela del chico se moría, y la chica medio que se apiadaba de él. La primera frase era "no se conocían, eran dos extraños" o algo así, pero la cuestión del enajenamiento estaba. Después, la relación alcanzaba un pico máximo, y luego se diluía lentamente, hasta volver a resultar dos extraños entre sí. Y ahí terminaba.

Siempre me parecieron entretenidas las historias cíclicas; es como que el retorno al punto de inicio da pie para todo: para retomar un ciclo nuevo, para romper con el ciclo y cambiar. Y nunca supe por qué esta historia me salió así. Tenía 15 ó 20 minutos para hacerla, y salió eso.

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Hace ya casi medio año terminé una relación, que duró poco menos de un año, y trato de ver qué parte de esa historia me alcanza. Partes que me parecen bien, partes que me parecen mal, partes que no entiendo. Pero estoy convencido de que algo tiene que haber ahí.

La relación se terminó por una aproximación a un acuerdo entre partes, pero con suspensión más unilateral que bilateral: yo quería intentar remontarlo una vez más (ya venía cayéndose la cosa), y ella me dijo que no valía la pena, que estábamos estancados y que era inevitable.

En un principio le creí. Tenía todo el sentido plantearlo así. Hasta yo mismo lo había pensado, incluso exageradamente lo pensé la primera vez que hubo un "acá pasa algo" (visionario o paranoico, no sé).

Mirando hacia atrás, las cosas que hice y no hice no las puedo etiquetar de "buenas" o "malas", y la historia que escribí a los dieciséis no para de sonar, como esas canciones que cantás para adentro mientras rendís un examen y decís "pero la puta madre, dejame concentrarme en el final, ¿no ves que no es momento?".

La relación terminó, y nunca más hablé con ella. Cierto es que la primera semana me moría de ganas de llamarla y preguntarle cómo estaba. Al haber terminado en buenos términos, no veía por qué no podía hacerlo, pero había algo que me lo impedía. Pensé en hablar con amigos en común (sobre todo una muy amiga de ella), pero todavía no tuve la oportunidad, lo que significa que el orden de las casualidades no me lo dejó a mi alcance, y yo no hice nada para alterarlas.

Y siempre me pregunté qué pasaría del otro lado. Qué tan parecido o distinto lo vive ella. El "preguntarle cómo estaba" no es nada salvo esto: ver si del otro lado hay reflejos de lo que pasa en el mío.

No sé ya cuántas veces imaginé encuentros 100% casuales, conversaciones de todos los tipos y formas, y nunca supe qué hacer. Lo que tampoco pude definir en realidad es qué pasa de mi lado.

Al principio creí extrañarla horrores. Luego pasé a pensar que tal vez extraño una relación en sí, y no a ella. Después a cuestiones afectivas más allá de si es una relación o no. Y ahí estoy, todavía.

Confieso haber stalkeado en un par de oportunidades, en tiempos bastante breves, por miedo a lo que encontrara. Obviamente, el que busca, encuentra, y creí encontrar algo que no me favorecía: no había reflejo, todo pasaba de mi lado. O eso es lo que interpreté.

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Y junté las dos cosas. Me vi envuelto en un proceso cíclico que duró un ciclo. Cuando escribí esto a los dieciséis, siempre me preguntaba si no debían de ser así las relaciones; si no era esa la forma en que es más correcto terminar algo. Hoy no sé, y tampoco creo que pueda saberlo. Y francamente no me interesa saberlo: son cosas que pasan de determinada manera, y hay que hacer lo que uno crea conveniente en su momento; después, ya es demasiado tarde.

Mientras estábamos terminando la relación, le dije que me había preguntado qué iba a ser de nosotros en cuanto a contacto, y que creía que no podría hablarle nunca más. No me equivoqué. Con el tiempo vi que en un instante perdí toda la confianza que tenía y que supe construir con un esfuerzo descomunal, sobre todo por cómo soy. En síntesis, ya no podía hablarle de nada. Me resultaba una extraña más. Como en la historia.

Hoy me encuentro recordando todo lo que pasó con un nivel de detalle peligroso, pero sabiendo que es un recuerdo que va a convivir conmigo y que con el tiempo irá (como ya viene) disminuyendo.

A esta altura, no sé si quiero encontrarla en algún lugar. Realmente no sé; no es un "no sé" queriendo decir "no": realmente no tengo idea. Quizás solo quiero por el momento que se vaya la sensación esta de los ciclos. Y entender por qué me llama tanto la atención la historia.