martes, 4 de noviembre de 2014

El dilema del viajante

Un hombre debe atravesar n ciudades, todas una sola vez, sin repetir ninguna. Pueden existir restricciones de barrera de tiempo, es decir, momentos en los que puede o no llegar a la ciudad (por ejemplo, solo de 4pm a 6pm, si no, no puede entrar). Pueden existir muchísimas restricciones más, pero todo se centra en cómo mandarlo a cada lado al tipo. Al viajante, que no es otra cosa que un comerciante con una valija cargada de muestras para ofrecer y lograr una compra. Nuestro querido problema del viajante.

Hoy quiero centrarme en el viajante en sí mismo, y no en su tarea caminante, viajante; ni siquiera en su valija con sus muestras, ilusiones que vende a cambio de confianza. ¿Qué hace la familia del viajante? ¿Por qué llegó a tener que encomendarse en semejante tarea de irse tanto tiempo de la casa? ¿Tiene una mujer en cada ciudad, como se dice de los marineros?

Y sin embargo, nos centramos en hacerlo ir de acá para allá, que vaya a todos lados, no sea que no vendamos en algún lugar. Tiene que cumplir todas las restricciones.

¿Alguien le preguntó algo sobre su vida en todos sus viajes? ¿Conoce gente? ¿Sociabiliza?

Todo viajante debe atravesar por un dilema existencial tremendo. Horas, días, semanas, meses, y por qué no años, de viaje continuo, con la única compañía de sí mismo. Una eternidad para alcanzar el summum bonum de la autorrealización. ¿Habrá existido algún viajante que se haya detenido a pensar? ¿Existirá entre los viajantes más conocidos y los más ignorados, alguno que haya podido responder las preguntas más fundamentales de la filosofía? Seguramente no, pero cuánto tiempo para pensar, eh. Si había alguno que era medio maquinador, seguro podía llegar a pensar que su mujer lo hacía un buey metiéndole el cuerno en el quetejedi a un reno.

Cuánto tiempo se invierte en mejorar el recorrido del viajante, optimizando los costos, entre otras cosas, y cuán poca atención se le presta a ese humilde hombre que quiere darle de comer a su familia.

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