jueves, 28 de mayo de 2015

Cuando la soledad no desespera

Hace dos años me fui de viaje en grupo y después con una amiga, el segundo inmediatamente después del primero. Toda una experiencia en sí, que ya relaté acá. Siempre me quedé con las ganas de irme solo solo, sin nadie, a la concha de la lora. Mi idea original era irme cuando me recibiera, pero viendo cómo viene mi avance en la tesis (un mes parada esperando un dato que nunca llega), me dije "¿y qué pasa si me voy ahora?".

Busqué precios de pasajes y decidí irme. Solo. Nueva York. De paso podría visitar a mi tía en Miami, ¿no? Busqué precios. Bueno, hago todo.

En un fin de semana armé un viaje de dos semanas que no tenía ni pensado hacer. Y lo mejor, me deja súper tranquilo el saber que me voy solo. Quizás me concentro más en pensar en esa soledad casi ansiada más que en qué recorrer, dónde ir y demás. Dejo que la información me llegue, la acumulo sin mirarla y sigo pensando en esa soledad que espera, pero no desespera, y soy casi feliz podría decir.

Me queda la deuda del viaje y lo que me traiga de él, que espero sea mucho (también a nivel material, obvio, soy un cerdo-capitalista-gorila-que-aprovecha-y-viaja-porque-me-cago-en-el-país).

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