No existen dos almas gemelas, dos seres idénticos (de sexos
opuestos o iguales), cuya perfecta similitud sea causa directa (y única) de su
inseparable unión. Y eso, justamente, es lo maravilloso y hermoso.
Cada uno se conoce a sí mismo (en mayor o menor medida) a
tal punto de poder identificar los peores defectos que posee; de resaltar las
mayores virtudes también podría ser posible, pero no es el centro de esta
cuestión.
Conocer lo peor de uno implicaría, por tanto, conocer lo
peor del otro. Muy probablemente estas actitudes en otra persona resulten menos
tolerables que en uno mismo. Por lo tanto, la similitud exacta entre almas no
es condición de unión.
No existen dos almas opuestas, dos seres cuya perfecta
oposición sea causa directa (y única) de su inseparable unión. Y eso,
justamente, es lo maravilloso y hermoso.
Identificando los peores defectos propios, uno encontraría
(o pretendería hacerlo) que la situación opuesta es extremadamente agradable.
Pues bien, en las propias virtudes, encontraría defectos ajenos, pues siempre
es el opuesto.
La irritabilidad que podría producir el surgimiento de estos
defectos ajenos podría tornarse en intolerancia. Por lo tanto, la oposición
perfecta tampoco es condición de unión.
¿Qué queda, entonces?
Casos intermedios; intermedios e indescriptibles. Y es
precisamente esa indescriptibilidad la que hace maravillosa y hermosa la no
existencia de hipótesis irrefutables, causas unidireccionales, de las uniones
de los hombres.
¿Qué queda, entonces?
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