miércoles, 28 de noviembre de 2012

El preso y el carcelero

Aquella duda que acorrala sin más que causar molestia, pero esa molestia que recuerda a uno que está vivo, es quizás la duda más temida y esperada a la vez. Es esa duda que es motor y freno al mismo tiempo. Aumenta y reduce las revoluciones internas con una frecuencia poco estimable, pero que se sabe inestable y por eso mismo también se teme y espera. La falta de pronóstico del propio accionar a veces tiende a fomentar tanto la tendencia a pronosticar lo impronosticable como a dejarse llevar.
La libertad de esto último llena de terror y belleza a toda situación. Cualquier evento observado o vivido puede ser usado tanto para la imaginación de situaciones potenciales como para acciones concretas improvisadas, que no por ser tales resultan no satisfactorias; al menos, resultan liberadoras.
Esta sucesión de libertades parciales aparentaría llevar a una libertad total, completamente desinhibida. No siempre ocurre así.
Justamente estamos los que percibimos la libertad total como una anarquía no alcanzable, no por falta de situaciones particulares ni convenios sociales, sino por la mera imposibilidad que nuestro ser nos provoca. Más que imposibilidad, podría denominarse barrera. Una barrera que no solo existe sino que es reconocida por el portador y ejecutor de la misma, pero que resulta tal vez demasiado complicada para poder combatir a simple vista. Quizás, a complicada vista también sea complicada de combatir. Pero nunca imposible.

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