Aquella duda
que acorrala sin más que causar molestia, pero esa molestia que recuerda a uno
que está vivo, es quizás la duda más temida y esperada a la vez. Es esa duda
que es motor y freno al mismo tiempo. Aumenta y reduce las revoluciones
internas con una frecuencia poco estimable, pero que se sabe inestable y por
eso mismo también se teme y espera. La falta de pronóstico del propio accionar
a veces tiende a fomentar tanto la tendencia a pronosticar lo impronosticable
como a dejarse llevar.
La libertad
de esto último llena de terror y belleza a toda situación. Cualquier evento
observado o vivido puede ser usado tanto para la imaginación de situaciones
potenciales como para acciones concretas improvisadas, que no por ser tales
resultan no satisfactorias; al menos, resultan liberadoras.
Esta
sucesión de libertades parciales aparentaría llevar a una libertad total,
completamente desinhibida. No siempre ocurre así.
Justamente estamos los que percibimos la libertad
total como una anarquía no alcanzable, no por falta de situaciones particulares
ni convenios sociales, sino por la mera imposibilidad que nuestro ser nos
provoca. Más que imposibilidad, podría denominarse barrera. Una barrera que no
solo existe sino que es reconocida por el portador y ejecutor de la misma, pero
que resulta tal vez demasiado complicada para poder combatir a simple vista.
Quizás, a complicada vista también sea complicada de combatir. Pero nunca
imposible.
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